Page 796 - El Señor de los Anillos
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¡Cuánto daría porque el viejo Tom estuviera ahora cerca de nosotros! —pensó. Y
      de  pronto,  mientras  seguía  allí  de  pie,  envuelto  en  las  tinieblas,  el  corazón
      rebosante de cólera y de negra desesperación, le pareció ver una luz: una luz que
      le iluminaba la mente, al principio casi enceguecedora, como un rayo de sol a los
      ojos  de  alguien  que  ha  estado  largo  tiempo  oculto  en  un  foso  sin  ventanas.  Y
      entonces la luz se transformó en color: verde, oro, plata, blanco. Muy distante,
      como  en  una  imagen  pequeña  dibujada  por  dedos  élficos,  vio  a  la  Dama
      Galadriel de pie en la hierba de Lorien, las manos cargadas de regalos. Y para ti,
      Portador  del  Anillo,  le  oyó  decir  con  una  voz  remota  pero  clara,  para  ti  he
      preparado esto.
        El burbujeo sibilante se acercó, y hubo un crujido como si una cosa grande y
      articulada se moviese con lenta determinación en la oscuridad. Un olor fétido la
      precedía.
        —¡Amo! ¡Amo! —gritó Sam, y la vida y la vehemencia le volvieron a la
      voz. ¡El regalo de la Dama! ¡El cristal de estrella! Una luz para usted en los sitios
      oscuros, dijo que sería. ¡El cristal de estrella!
        —¿El  cristal  de  estrella?  —murmuró  Frodo,  como  alguien  que  respondiera
      desde el fondo de un sueño, sin comprender—. ¡Ah, sí! ¿Cómo pude olvidarlo?
      ¡Una luz cuando todas las otras luces se hayan extinguido! Y ahora en verdad sólo
      la luz puede ayudarnos.
        Lenta fue la mano hasta el pecho, y con igual lentitud levantó el frasco de
      Galadriel. Por un instante titiló, débil como una estrella que lucha al despertar en
      medio  de  las  densas  brumas  de  la  tierra;  luego,  a  medida  que  crecía,  y  la
      esperanza volvía al corazón de Frodo, empezó a arder, hasta transformarse en
      una llama plateada, un corazón diminuto de luz deslumbradora, como si Eárendil
      hubiese descendido en persona desde los altos senderos del crepúsculo llevando
      en la frente el último Silmaril. La oscuridad retrocedió y el frasco pareció brillar
      en el centro de un globo de cristal etéreo, y la mano que lo sostenía centelleó con
      un fuego blanco.
        Frodo contempló maravillado aquel don portentoso que durante tanto tiempo
      había llevado consigo, de un valor y un poder que no había sospechado. Rara vez
      lo había recordado en camino, hasta que llegaron al Valle de Morgul, y nunca lo
      había utilizado porque temía aquella luz reveladora.
        —Aiya Eárendil Elenion Ancalima! —exclamó sin saber lo que decía; porque
      fue  como  si  otra  voz  hablase  a  través  de  la  suya,  clara,  invulnerable  al  aire
      viciado del foso.
        Pero hay otras fuerzas en la Tierra Media, potestades de la noche, que son
      antiguas y poderosas. Y Ella la que caminaba en las tinieblas había oído en boca
      de los elfos la misma exhortación en los días de un tiempo sin memoria, y ni
      entonces  la  había  arredrado,  ni  la  arredraba  ahora.  Y  mientras  Frodo  aún
      hablaba, sintió que una maldad inmensa lo envolvía, y que unos ojos de mirada
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