Page 809 - El Señor de los Anillos
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Frodo! ¡Oh, por favor, despierte, Frodo! ¡Despierte, Frodo, pobre de mí, pobre de
      mí! ¡Despierte!
        Y  entonces  la  cólera  lo  dominó,  y  levantándose  corrió  frenéticamente
      alrededor del  cuerpo  de  su amo,  y  hendió  el  aire con  la  espada,  y  golpeó  las
      piedras  dando  gritos  de  desafío.  Luego  se  volvió,  e  inclinándose  miró  a  la  luz
      crepuscular  el  rostro  pálido  de  Frodo.  Y  de  pronto  descubrió  que  esta  era  la
      imagen que se le había revelado en el espejo de Galadriel en Lorien: Frodo de
      cara pálida dormido al pie de un risco grande y oscuro. Profundamente dormido,
      había pensado entonces.
        —¡Está muerto! —dijo—. ¡No está dormido, está muerto! —Y mientras lo
      decía, como si las palabras hubiesen activado el veneno, le pareció que el rostro
      de  Frodo  cobraba  un  tinte  lívido  y  verdoso.  Y  entonces  la  desesperación  más
      negra  cayó  sobre  él,  y  se  inclinó  hasta  el  suelo  y  se  cubrió  la  cabeza  con  la
      capucha gris, mientras la noche le invadía el corazón, y no supo nada más.
      Cuando al fin las tinieblas se disiparon, Sam levantó la cabeza y vio sombras en
      torno; pero no hubiera sabido decir durante cuántos minutos o cuántas horas el
      mundo había continuado arrastrándose. Estaba en el mismo lugar, y aún allí junto
      a él yacía su amo muerto. Ni las montañas se habían desmoronado ni la tierra
      había caído en ruinas.
        —¿Qué haré, qué haré? —se preguntó—. ¿Habré recorrido con él todo este
      camino  para  nada?  —Y  en  ese  preciso  instante  oyó  su  propia  voz  diciendo
      palabras que al comienzo del viaje él mismo no había comprendido: Tengo que
      hacer algo antes del fin, y está ahí adelante, tengo que buscarlo, señor, si usted
      me entiende.
        —¿Pero qué puedo hacer? No por cierto abandonar al señor Frodo muerto y
      sin  sepultura  en  lo  alto  de  las  montañas,  y  volverme  para  casa.  O  continuar.
      ¿Continuar?  —repitió,  y  por  un  momento  lo  sacudió  un  estremecimiento  de
      miedo  y  de  incertidumbre—.  ¿Continuar?  ¿Es  eso  lo  que  he  de  hacer?  ¿Y
      abandonarlo?
        Entonces por fin rompió a llorar; y volviendo junto a Frodo le estiró el cuerpo,
      y le cruzó las manos frías sobre el pecho, y lo envolvió en la capa élfica, y luego
      puso a un lado su propia espada y al otro el bastón que le había regalado Faramir.
        —Si voy a continuar, señor Frodo —dijo—, tendré que llevarme su espada,
      con el permiso de usted, pero le dejo esta otra al lado, así como estaba junto al
      viejo rey en el túmulo; y usted tiene además la hermosa cota de mithril del viejo
      señor Bilbo. Y el cristal de estrella, señor Frodo, usted me lo prestó, pero voy a
      necesitarlo,  pues  de  ahora  en  adelante  andaré  siempre  en  la  oscuridad.  Es
      demasiado precioso para mí, y la Dama se lo regaló a usted, pero ella tal vez
      comprendería. Usted lo comprende, ¿verdad, señor Frodo? Tengo que seguir.
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