Page 784 - El Señor de los Anillos
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abría un abismo.
        Gollum marchaba delante casi pegado a la pared rocosa. En ese tramo ya no
      subían, pero el suelo era más accidentado y peligroso, y había bloques de piedra
      y roca desmoronada en el camino. Avanzaban lenta y cautelosamente. Cuántas
      horas habían transcurrido desde que entraran en el Valle de Morgul, ni Sam ni
      Frodo podían decirlo con certeza. La noche parecía interminable.
        Al fin advirtieron que otro muro acababa de aparecer, y una nueva escalera
      se abrió ante ellos. Otra vez se detuvieron y otra vez empezaron a subir. Era un
      ascenso  largo  y  fatigoso;  pero  esta  escalera  no  penetraba  en  la  ladera  de  la
      montaña;  aquí  la  enorme  y  empinada  cara  del  acantilado  retrocedía,  y  el
      sendero  la  cruzaba  serpenteando.  A  cierta  altura  se  desviaba  hasta  el  borde
      mismo  del  precipicio  oscuro,  y  Frodo,  echando  una  mirada  allá  abajo,  vio  un
      foso  ancho  y  profundo,  la  hondonada  de  acceso  al  Valle  de  Morgul.  Y  en  el
      fondo, como un collar de luciérnagas, centelleaba el camino de los espectros, que
      iba de la ciudad muerta al Paso Sin Nombre. Frodo volvió rápidamente la cabeza.
        Más y más allá proseguía la escalera, siempre sinuosa y zigzagueante, hasta
      que  por  fin,  luego  de  un  último  tramo  corto  y  empinado,  desembocó  en  otro
      nivel.  El  sendero  se  había  alejado  del  paso  principal  en  la  gran  hondonada,  y
      ahora seguía su propio y peligroso curso en una garganta más angosta, entre las
      regiones  más  elevadas  de  Ephel  Dúath.  Los  hobbits  distinguían  apenas,  a  los
      lados,  unos  pilares  altos  y  unos  pináculos  de  piedra  dentada,  entre  los  que  se
      abrían  unas  grietas  y  fisuras  más  negras  que  la  noche;  allí  unos  inviernos
      olvidados  habían  carcomido  y  tallado  la  piedra  que  el  sol  no  tocaba  nunca.  Y
      ahora la luz roja parecía más intensa en el cielo; no podían decir aún si lo que se
      acercaba a este lugar de sombras era en verdad un terrible amanecer o sólo la
      llamarada de alguna tremenda violencia de Sauron en los tormentos de más allá
      de  Gorgoroth.  Todavía  lejana,  y  aún  altísima,  Frodo,  alzando  los  ojos,  vio  tal
      como  él  esperaba  la  cima  misma  de  ese  duro  camino.  En  el  este,  contra  el
      púrpura  lúgubre  del  cielo,  en  la  cresta  más  alta,  se  dibujaba  una  abertura
      estrecha y profunda entre dos plataformas negras: y en cada plataforma había
      un  cuerno  de  piedra.  Se  detuvo  y  miró  más  atentamente.  El  cuerno  de  la
      izquierda era alto y esbelto; y en él ardía una luz roja, o acaso la luz de la tierra
      de más allá brillaba a través de un agujero. Y la vio entonces: una torre negra
      que dominaba el paso de salida. Le tomó el brazo a Sam y la señaló.
        —¡El aspecto no me gusta nada! —dijo Sam—. De modo que en resumidas
      cuentas tu camino secreto está vigilado —gruñó, volviéndose a Gollum—. Y tú lo
      sabías desde el comienzo, ¿no es cierto?
        —Todos los caminos están vigilados, sí —dijo Gollum—. Claro que sí. Pero
      los  hobbits  tienen  que  probar  algún  camino.  Ese  puede  estar  menos  vigilado.
      ¡Quizá todos se fueron a la gran batalla, quizá!
        —Quizá  —refunfuñó  Sam—.  Bueno,  por  lo  que  parece,  queda  aún  mucho
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