Page 779 - El Señor de los Anillos
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apresuraran. Los ojos le brillaban entonces con un fulgor blancoverdoso, reflejo
tal vez de la maléfica luminosidad de Morgul, o encendidos por algún estado de
ánimo correspondiente al lugar. Frodo y Sam no podían olvidar aquel fulgor
mortal y las troneras sombrías, y una y otra vez espiaban temerosos por encima
del hombro, y una y otra vez se obligaban a volver la mirada hacia la oscuridad
creciente del sendero. Avanzaban lenta y pesadamente. Cuando se elevaron por
encima del hedor y los vapores del río envenenado, empezaron a respirar con
más libertad y a sentir la mente más despejada, pero ahora una terrible fatiga les
agarrotaba los miembros, como si hubiesen caminado toda la noche llevando a
cuestas una carga pesada, o hubiesen estado nadando. Al fin no pudieron dar un
paso más.
Frodo se detuvo y se sentó sobre una piedra. Habían trepado hasta la cresta de
una gran giba de roca desnuda. Delante de ellos, en el flanco del valle, había una
saliente que el sendero contorneaba, apenas una ancha cornisa con un abismo a
la derecha; trepaba luego por la cara escarpada del sur, hasta desaparecer arriba,
en la negrura.
—Necesitaría descansar un rato, Sam —murmuró Frodo—. Me pesa mucho,
Sam, hijo, me pesa enormemente. Me pregunto hasta dónde podré llevarlo. De
todos modos necesito descansar antes de que nos aventuremos a entrar allí. —
Señaló adelante el angosto camino.
—¡Sssh! ¡Sssh! —siseó Gollum corriendo apresuradamente hacia ellos—.
¡Sssh! —Tenía los dedos contra los labios y sacudía insistentemente la cabeza.
Tironeando a Frodo de la manga, le señaló el sendero; pero Frodo se negó a
moverse.
—Todavía no —dijo—, todavía no. —La fatiga y algo más que la fatiga lo
oprimían; tenía la impresión de que un terrible sortilegio le atenazaban la cabeza
y el cuerpo—. Necesito descansar —murmuró.
Al oír esto, el miedo y la agitación de Gollum fueron tales que volvió a hablar
esta vez claramente, llevándose la mano a la boca, como para que unos oyentes
invisibles que poblaban el aire no pudieran oírlo.
—No aquí, no. No descansar aquí. Locos. Ojos pueden vernos. Cuando
vengan al puente nos verán. ¡Vamos! ¡Arriba, arriba! ¡Vamos!
—Vamos, señor Frodo —dijo Sam—. Otra vez tiene razón. No podemos
quedarnos aquí.
—Está bien —dijo Frodo con una voz remota, como la de alguien que hablase
en un duermevela—. Lo intentaré. —Penosamente volvió a incorporarse.
Pero era demasiado tarde. En ese momento la roca se estremeció y tembló
debajo de ellos. El estruendo prolongado y trepidante, más fuerte que nunca,
retumbó bajo la tierra y reverberó en las montañas. Luego, de improviso, con
una celeridad enceguecedora, estalló un relámpago enorme y rojo. Saltó al cielo