Page 777 - El Señor de los Anillos
P. 777

8
                   Las Escaleras de Cirith Ungol
      G ollum le tironeaba a Frodo de la capa y siseaba de miedo e impaciencia.
        —Tenemos que partir —decía—. No podemos quedarnos aquí. ¡De prisa!
        De mala gana Frodo volvió la espalda al oeste y siguió al guía que lo llevaba a
      las tinieblas del este. Salieron del anillo de los árboles y se arrastraron a lo largo
      del camino hacia las montañas. También este camino corría un cierto trecho en
      línea recta, pero pronto empezó a torcer hacia el sur, para continuar al pie de la
      amplia  meseta  rocosa  que  poco  antes  habían  divisado  en  lontananza.  Negra  y
      hostil se levantaba sobre ellos, más tenebrosa que el cielo tenebroso. A la sombra
      de la meseta el camino proseguía ondulante, la contorneaba, y otra vez torcía
      rumbo al este y ascendía luego rápidamente.
        Frodo y Sam avanzaban con el paso y el corazón pesados, incapaces ya de
      preocuparse por el peligro en que se encontraban. Frodo caminaba con la cabeza
      gacha:  otra  vez  el  fardo  lo  empujaba  hacia  abajo.  No  bien  dejaron  atrás  la
      Encrucijada,  el  peso  del  Objeto,  casi  olvidado  en  Ithilien,  había  empezado  a
      crecer  de  nuevo.  Ahora,  sintiendo  que  el  suelo  era  cada  vez  más  escarpado,
      Frodo  alzó  fatigado  la  cabeza;  y  entonces  la  vio,  tal  como  Gollum  se  la  había
      descrito: la Ciudad de los Espectros del Anillo. Se acurrucó contra la barranca
      pedregosa.
        Un valle en largo y pronunciado declive, un profundo abismo de sombra, se
      internaba a lo lejos en las montañas. Del lado opuesto, a cierta distancia entre los
      brazos del valle, altos y encaramados sobre un asiento rocoso en el regazo de
      Ephel  Dúath,  se  erguían  los  muros  y  la  torre  de  Minas  Morgul.  Todo  era
      oscuridad  en  torno,  tierra  y  cielo,  pero  la  ciudad  estaba  iluminada.  No  era  el
      claro  de  luna  aprisionado  que  en  tiempos  lejanos  brotaba  como  agua  de
      manantial de los muros de mármol de Minas Ithil, la Torre de la Luna, bella y
      radiante en el hueco de las colinas. Más pálido en verdad que el resplandor de
      una luna que desfallecía en algún eclipse lento era ahora la luz, una luz trémula,
      un fuego fatuo de cadáveres que no alumbraba nada y que parecía vacilar como
      un nauseabundo hálito de putrefacción. En los muros y en la torre se veían las
      ventanas,  innumerables  agujeros  negros  que  miraban  hacia  adentro,  hacia  el
      vacío;  pero  la  garita  superior  de  la  torre  giraba  lentamente,  primero  en  un
      sentido, luego en otro: una inmensa cabeza espectral que espiaba la noche. Los
      tres compañeros permanecieron allí un momento, encogidos de miedo, mirando
      con  repulsión.  Gollum  fue  el  primero  en  recobrarse.  De  nuevo  tironeó,
      apremiante, de las capas de los hobbits, pero no dijo una palabra. Casi a la rastra
      los obligó a avanzar. Cada paso era una nueva vacilación, y el tiempo parecía
      muy lento, como si entre el instante de levantar un pie y el de volverlo a posar
      transcurriesen unos minutos abominables.
   772   773   774   775   776   777   778   779   780   781   782