Page 772 - El Señor de los Anillos
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abrían algunos claros, las cicatrices de recientes hogueras. Ya cerca de la cima,
      las  matas  de  aulaga  se  hacían  más  frecuentes;  eran  viejísimas  y  muy  altas,
      flacas y desgarbadas en la base pero espesas arriba, y ya mostraban las flores
      amarillas que centelleaban en la oscuridad y esparcían una fragancia suave y
      delicada.  Eran  tan  altos  aquellos  matorrales  de  espinos  que  los  hobbits  podían
      caminar por debajo sin agacharse, atravesando largos senderos secos, tapizados
      de un musgo profundo, erizado de espinas.
        Al  llegar  al  otro  extremo  de  la  colina  ancha  y  gibosa  se  detuvieron  un
      momento y luego corrieron a esconderse bajo una apretada maraña de espinos.
      Las ramas retorcidas que se encorvaban hasta tocar el suelo, estaban recubiertas
      por  un  laberinto  de  viejos  brezos  trepadores.  Toda  aquella  intrincada  espesura
      formaba una especie de recinto hueco y profundo, tapizado de zarzas y hojas
      muertas y techado por las primeras hojas y brotes primaverales. Allí se echaron
      un rato a descansar, demasiado fatigados aún para comer; y espiando por entre
      los intersticios de la hojarasca aguardaron el lento despertar del día.
        Pero  no  llegó  el  día,  sólo  un  crepúsculo  pardo  y  mortecino.  Al  este,  un
      resplandor apagado y rojizo asomaba bajo los nubarrones amenazantes: no era el
      rojo purpúreo de la aurora. Más allá de las desmoronadas tierras intermedias, se
      alzaban las montañas siniestras de Ephel Dúath, negras e informes abajo, donde
      la  noche  se  demoraba;  arriba  los  picos  dentados  y  las  crestas  duramente
      recortadas  se  erguían  amenazantes  contra  el  fiero  resplandor.  A  lo  lejos,  a  la
      derecha,  una  gran  meseta  montañosa  se  adelantaba  hacia  el  oeste,  lóbrega  y
      negra en medio de las sombras.
        —¿Por qué camino marcharemos ahora? —preguntó Frodo—. ¿Y aquélla es
      la entrada de… del Valle de Morgul, allí arriba, detrás de esa mole negra?
        —¿Ya tenemos que pensar en eso? —dijo Sam—. Me imagino que ya no nos
      moveremos hoy durante el día, si esto es el día.
        —Tal  vez  no  —dijo  Gollum—.  Pero  pronto  tendremos  que  partir,  hacia  la
      Encrucijada. Sí, la Encrucijada. Sí, amo, aquel es el camino.
      El resplandor rojizo que se cernía sobre Mordor se extinguió al fin. La penumbra
      crepuscular se cerró todavía más mientras unos vapores se alzaban en el este y
      se deslizaban por encima de los viajeros. Frodo y Sam comieron frugalmente y
      luego se echaron a descansar, pero Gollum estaba inquieto. No quiso la comida
      de los hobbits; bebió un poco de agua y luego se puso a corretear de un lado a
      otro bajo los matorrales, husmeando y mascullando. De pronto desapareció.
        —Habrá salido de caza, supongo —dijo Sam, y bostezó. Esta vez le tocaba a
      él dormir primero, y pronto cayó en un sueño profundo. Creía estar de vuelta en
      el jardín de Bolsón Cerrado buscando algo; pero cargaba un fardo pesado que le
      encorvaba las espaldas. De algún modo todo parecía cubierto de malezas, y los
      espinos y helechos habían invadido los macizos hasta casi la cerca del fondo.
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