Page 770 - El Señor de los Anillos
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tersos y relucientes de las campánulas asomaban ya a través del mantillo. No
      había  a  la  vista  ninguna  criatura  viviente,  ni  bestia  ni  ave,  pero  en  aquellos
      espacios  abiertos  Gollum  tenía  cada  vez  más  miedo,  y  ahora  avanzaban  con
      cautela, escabullándose de una larga sombra a otra.
        La luz se extinguía rápidamente cuando llegaron a la orilla del bosque. Allí se
      sentaron debajo de un roble viejo y nudoso cuyas raíces descendían entrelazadas
      y  enroscadas  como  serpientes  por  una  barranca  empinada  y  polvorienta.  Un
      valle profundo y lóbrego se extendía ante ellos. Del otro lado del valle el bosque
      reaparecía, azul y gris en la penumbra del anochecer, y avanzaba hacia el sur. A
      la  derecha  refulgían  las  Montañas  de  Gondor,  lejos  en  el  oeste,  bajo  un  cielo
      salpicado de fuego. Y a la izquierda, la oscuridad: los elevados muros de Mordor;
      y  de  esa  oscuridad  nacía  el  valle  largo,  descendiendo  abruptamente  hacia  el
      Anduin en una hondonada cada vez más ancha. En el fondo se apresuraba un
      torrente: Frodo oía esa voz pedregosa, que crecía en el silencio; y junto a la orilla
      más  próxima  un  camino  descendía  serpenteando  como  una  cinta  pálida,  para
      perderse entre las brumas grises y frías que ningún rayo del sol poniente llegaba
      a tocar. Allí Frodo creyó ver, muy distante, flotando por así decir en un océano
      de  sombras,  las  cúpulas  altas  e  indistintas  y  los  pináculos  irregulares  de  unas
      torres antiguas, solitarias y sombrías.
        Se volvió a Gollum.
        —¿Sabes dónde estamos? —le preguntó.
        —Sí, amo. Parajes peligrosos. Este es el camino que baja de la Torre de la
      Luna hasta la ciudad en ruinas por las orillas del río. La ciudad en ruinas, sí, lugar
      muy  horrible,  plagado  de  enemigos.  Hicimos  mal  en  seguir  el  consejo  de  los
      hombres. Los hobbits se han alejado mucho del camino. Ahora tenemos que ir
      hacia  el  este,  por  allá  arriba.  —Movió  el  brazo  descarnado  señalando  las
      montañas envueltas en sombras—. Y no podemos ir por este camino. ¡Oh no!
      ¡Gente cruel viene por ahí desde la Torre!
        Frodo miró abajo y escudriñó el camino. En todo caso nada se movía allí por
      el  momento.  Descendía  hasta  las  ruinas  desiertas  envueltas  en  la  bruma  y
      parecía solitario y abandonado. Pero algo siniestro flotaba en el aire, como si en
      verdad hubiera unas cosas que iban y venían, y que los ojos no podían ver. Frodo
      se  estremeció  mirando  una  vez  más  los  pináculos  distantes,  y  que  ahora
      desaparecían en la noche, y el sonido del agua le pareció frío y cruel: la voz de
      Morgulduin, el río de aguas corruptas que descendía del Valle de los Espectros.
        —¿Qué vamos a hacer? —dijo—. Hemos andado mucho. ¿Buscaremos algún
      sitio aquí atrás, en el bosque, donde poder descansar escondidos?
        —Inútil esconderse en la oscuridad —dijo Gollum—. Los hobbits tienen que
      esconderse ahora, sí, de día.
        —¡Oh,  vamos!  —dijo  Sam—.  Necesitamos  descansar,  aunque  luego  nos
      levantemos en mitad de la noche. Todavía quedarán horas de oscuridad, tiempo
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