Page 769 - El Señor de los Anillos
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—Sí,  en  marcha  —dijo  Frodo—.  ¡Pero  calla  si  sólo  sabes  hablar  mal  de
      quienes te trataron con misericordia!
        —¡Buen  amo!  —dijo  Gollum—.  Sméagol  hablaba  en  broma.  El  siempre
      perdona,  sí,  siempre,  aun  las  zancadillas  del  amo.  ¡Oh  sí,  buen  amo,  Sméagol
      bueno!
        Ni  Frodo  ni  Sam  le  respondieron.  Cargaron  los  paquetes,  empuñaron  los
      bastones y se internaron en los bosques de Ithilien.
        Dos veces descansaron ese día y comieron un poco de las provisiones que les
      había dado Faramir: frutos secos y carne salada, en cantidad suficiente para un
      buen  número  de  días;  y  pan  en  abundancia,  que  podrían  comer  mientras  se
      conservase fresco. Gollum no quiso probar bocado.
        El sol subió y pasó invisible por encima de las cabezas de los caminantes y
      empezó  a  declinar,  y  en  el  poniente  una  luz  dorada  se  filtró  a  través  de  los
      árboles; y ellos avanzaron a la sombra verde y fresca de las frondas, y alrededor
      todo era silencio. Parecía como si todos los pájaros del lugar se hubieran ido, o
      hubieran perdido la voz.
        La  oscuridad  cayó  temprano  sobre  los  bosques  silenciosos,  y  antes  que
      cerrara la noche hicieron un alto, fatigados, pues habían caminado siete leguas o
      más  desde  Henneth  Annün.  Frodo  se  acostó  y  durmió  toda  la  noche  sobre  el
      musgo al pie de un árbol viejo. Sam, junto a él, estaba más intranquilo: despertó
      muchas veces, pero en ningún momento vio señales de Gollum, quien se había
      escabullido tan pronto como los hobbits se echaron a descansar. Si había dormido
      en  algún  agujero  cercano,  o  si  se  había  pasado  la  noche  al  acecho  de  alguna
      presa,  no  lo  dijo;  pero  regresó  a  las  primeras  luces  del  alba  y  despertó  a  los
      hobbits.
        —¡A levantarse, sí, a levantarse! —dijo—. Nos esperan caminos largos, al sur
      y al este. ¡Los hobbits tienen que darse prisa!
      El día no fue muy diferente del anterior, pero el silencio parecía más profundo;
      el aire más pesado era ahora sofocante debajo de los árboles, como si el trueno
      se  estuviera  preparando  para  estallar.  Gollum  se  detenía  con  frecuencia,
      husmeaba  el  aire,  y  luego  mascullaba  entre  dientes  e  instaba  a  los  hobbits  a
      acelerar el paso.
        Al promediar la tercera etapa de la jornada, cuando declinaba la tarde, la
      espesura  del  bosque  se  abrió,  y  los  árboles  se  hicieron  más  grandes  y  más
      espaciados.  Imponentes  encinas  de  troncos  corpulentos  se  alzaban  sombrías  y
      solemnes  en  los  vastos  calveros,  y  aquí  y  allá,  entre  ellas,  había  fresnos
      venerables, y unos robles gigantescos exhibían el verde pardusco de los retoños
      incipientes.  Alrededor,  en  unos  claros  de  hierba  verde,  crecían  celidonias  y
      anémonas, blancas y azules, ahora replegadas para el sueño nocturno; y había
      prados interminables poblados por el follaje de los jacintos silvestres: los tallos
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