Page 771 - El Señor de los Anillos
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de  sobra  para  que  nos  guíes  en  otra  larga  marcha,  si  en  verdad  conoces  el
      camino.
        Gollum consintió a regañadientes, y fue otra vez hacia los árboles, hacia el
      este al principio, a lo largo del linde del bosque, donde la arboleda era menos
      espesa. No quería descansar en el suelo tan cerca del camino malvado, y luego
      de  algunas  discusiones  se  encaramaron  los  tres  en  la  horqueta  de  una  encina
      corpulenta, de ramaje espeso, y que era un buen escondite y un refugio más o
      menos cómodo. Cayó la noche y la oscuridad se cerró, impenetrable, bajo el
      palio de fronda. Frodo y Sam bebieron un poco de agua y comieron una ración
      de  pan  y  frutos  secos,  pero  Gollum  se  enroscó  en  un  ovillo  y  se  durmió
      instantáneamente. Los hobbits no cerraron los ojos.
      Habría pasado apenas la medianoche cuando Gollum despertó: los hobbits vieron
      de  pronto  el  resplandor  de  aquellos  ojos  pálidos  y  muy  abiertos.  Gollum
      escuchaba y husmeaba, cosa que parecía ser, como ya lo habían advertido antes,
      su método habitual para conocer la hora de la noche.
        —¿Hemos descansado? ¿Hemos dormido maravillosamente? ¡En marcha!
        —No,  no  hemos  descansado  ni  hemos  dormido  maravillosamente  —
      refunfuñó Sam—. Pero si hay que partir, partamos.
        Gollum se dejó caer inmediatamente de las ramas del árbol en cuatro patas,
      y los hobbits lo siguieron con más lentitud.
        Tan  pronto  como  llegaron  al  suelo  reanudaron  la  marcha  en  la  oscuridad,
      bajo la conducción de Gollum, subiendo hacia el este por una cuesta empinada.
      Veían muy poco; la noche era tan profunda que sólo reparaban en los troncos de
      los árboles cuando tropezaban con ellos. El suelo era ahora más accidentado y la
      marcha se les hacía más difícil, pero Gollum no parecía preocupado. Los guiaba
      a través de malezas y zarzales, bordeando a veces una grieta profunda o un pozo
      oscuro,  otras  bajando  a  los  agujeros  negros  escondidos  bajo  la  espesura  y
      volviendo a salir; y si descendían un trecho, la cuesta siguiente era más larga y
      más escarpada. Trepaban sin descanso. En el primer alto se volvieron para mirar
      y a duras penas alcanzaron a ver la techumbre del bosque que habían dejado
      atrás: una sombra densa y vasta, una noche más oscura bajo el cielo oscuro y
      vacío. Algo negro e inmenso parecía venir lentamente desde el este, devorando
      las estrellas pálidas y desvaídas. Más tarde la luna en descenso escapó de la nube,
      pero envuelta en un maléfico resplandor amarillo.
        Al fin Gollum se volvió a los hobbits.
        —Pronto de día —anunció—. Hobbits tienen que apresurarse. ¡Nada seguro
      mostrarse al descampado en estos sitios! ¡De prisa!
        Apretó el paso, y los hobbits lo siguieron cansadamente. Pronto comenzaron a
      escalar  una  ancha  giba.  Estaba  cubierta  casi  por  completo  de  matorrales  de
      aulaga  y  arándano,  y  de  espinos  achaparrados  y  duros,  si  bien  aquí  y  allá  se
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