Page 778 - El Señor de los Anillos
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Así  llegaron  por  fin  al  puente  blanco.  Allí  el  camino,  envuelto  en  un  débil
      resplandor, pasaba por encima del río en el centro del valle y subía zigzagueando
      hasta la puerta de la ciudad: una boca negra abierta en el círculo exterior de las
      murallas  septentrionales.  Unos  grandes  llanos  se  extendían  en  ambas  orillas,
      prados  sombríos  cuajados  de  pálidas  flores  blancas.  También  las  flores  eran
      luminosas, bellas y sin embargo horripilantes, como las imágenes deformes de
      una  pesadilla;  y  exhalaban  un  vago  y  repulsivo  olor  a  carroña;  un  hálito  de
      podredumbre colmaba el aire. El puente cruzaba de uno a otro prado. Allí, en la
      cabecera, había figuras hábilmente esculpidas de formas humanas y animales,
      pero  todas  repugnantes  y  corruptas.  El  agua  corría  por  debajo  en  silencio,  y
      humeaba;  pero  el  vapor  que  se  elevaba  en  volutas  y  espirales  alrededor  del
      puente  era  mortalmente  frío.  Frodo  tuvo  la  impresión  de  que  la  razón  lo
      abandonaba y que la mente se le oscurecía. Y de pronto, como movido por una
      fuerza  ajena  a  su  voluntad,  apretó  el  paso,  y  extendiendo  las  manos  avanzó  a
      tientas, tambaleándose, bamboleando la cabeza de lado a lado. Sam y Gollum se
      lanzaron tras él al mismo tiempo. Sam lo alcanzó y lo sujetó entre los brazos, en
      el preciso instante en que Frodo tropezaba con el umbral del puente y estaba a
      punto de caer.
        —¡Por ahí no! ¡No, no, no por ahí! —murmuró Gollum, pero el aire que le
      pasaba entre los dientes pareció desgarrar el pesado silencio como un silbido, y la
      criatura se acurrucó en el suelo, aterrorizada.
        —¡Coraje, señor Frodo! musitó Sam al oído de Frodo. ¡Vuelva! Por ahí no,
      Gollum dice que no, y por una vez estoy de acuerdo con él.
        Frodo se pasó la mano por la frente y quitó los ojos de la ciudad posada en la
      colina. Aquella torre luminosa lo fascinaba, y luchaba contra el deseo irresistible
      de correr hacia la puerta por el camino iluminado. Al fin con un esfuerzo dio
      media  vuelta,  y  entonces  sintió  que  el  Anillo  se  le  resistía,  tironeándole  de  la
      cadena que llevaba alrededor del cuello; y también los ojos, cuando los apartó,
      parecieron  enceguecidos  un  momento.  Delante  de  él  la  oscuridad  era
      impenetrable.
        Gollum, reptando por el suelo como un animal asustado, se desvanecía ya en
      la penumbra. Sam, sin dejar de sostener a su amo que se tambaleaba, lo siguió lo
      más rápido que pudo. No lejos de la orilla del río había una abertura en el muro
      de  piedra  que  bordeaba  el  camino.  Pasaron  por  ella,  y  Sam  vio  que  se
      encontraban en un sendero estrecho, vagamente luminoso al principio, como lo
      estaba el camino principal, pero luego, a medida que trepaba por encima de los
      prados de flores mortales y se internaba, tortuoso y zigzagueante, en los flancos
      septentrionales del valle, la luz se iba extinguiendo y el camino se perdía en las
      tinieblas.
        Por este sendero caminaban los hobbits trabajosamente, juntos, incapaces de
      distinguir a Gollum delante de ellos, salvo cuando se volvía para indicarles que se
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