Page 781 - El Señor de los Anillos
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cosa que traicionarlo, y que aun cuándo se lo pusiera, no tenía todavía poder
suficiente para enfrentarse al Rey de Morgul… todavía no. Ya no había en él, en
su voluntad, por muy debilitada por el terror que ahora estuviera, ninguna
respuesta a ese mandato, y sólo sentía aquella fuerza extraña que lo golpeaba.
Una fuerza que le tomaba la mano, y mientras Frodo la observaba con los ojos
de la mente, sin consentir pero en suspenso (como si esperase el final de una
vieja leyenda de antaño), se la acercaba poco a poco a la cadena que llevaba al
cuello. Entonces la voluntad de Frodo reaccionó: lentamente obligó a la mano a
retroceder y a buscar otra cosa, algo que llevaba escondido cerca del pecho. Frío
y duro lo sintió cuando el puño se cerró sobre él: el frasco de Galadriel, tanto
tiempo atesorado y luego casi olvidado. Al tocarlo, todos los pensamientos que
concernían al Anillo se desvanecieron un momento. Suspiró e inclinó la cabeza.
En ese mismo instante el Rey de los Espectros dio media vuelta, picó espuelas
y cruzó el puente, y todo el sombrío ejército marchó tras él. Quizá las caperuzas
élficas habían resistido la mirada de los ojos invisibles y la mente del pequeño
enemigo, fortalecido ahora, había logrado desviar los pensamientos del jinete.
Pero llevaba prisa. La hora ya había sonado, y a la orden del Amo poderoso
tenía que marchar en son de guerra hacia el Oeste.
Pronto se perdió, una sombra en la sombra, en el sinuoso camino, y tras él las
filas negras aún cruzaban el puente. Nunca un ejército tan grande había partido
de ese valle desde los días del esplendor de Isildur; ningún enemigo tan cruel y
tan fuertemente armado había atacado aún los vados del Anduin; y sin embargo
no era más que un ejército, y no el mayor, de las huestes que ahora enviaba
Mordor.
Frodo se sacudió. Y de pronto volvió el corazón a Faramir. « La tormenta al fin ha
estallado» , se dijo. « Este enorme despliegue de lanzas y de espadas va hacia
Osgiliath. ¿Llegará a tiempo Faramir? Él lo predijo, ¿pero sabía la hora? ¿Y quién
ahora defenderá los vados, cuando llegue el Rey de los Nueve Jinetes? Y a este
ejército le seguirán otros. He venido tarde. Todo está perdido. Me he demorado
demasiado. Y aun cuando llegase a cumplir mi misión, nadie lo sabría. No habrá
nadie a quien pueda contárselo. Será inútil.» Débil y abatido, Frodo se echó a
llorar. Y mientras tanto los ejércitos de Morgul seguían cruzando el puente.
De pronto lejana y remota, como surgida de los recuerdos de la Comarca,
iluminada por el primer sol de la mañana, mientras el día despertaba y las
puertas se abrían, oyó la voz de Sam:
—¡Despierte, señor Frodo! ¡Despierte! —Si la voz hubiese agregado: « Tiene
el desayuno servido» poco le habría extrañado. Era evidente que Sam estaba
ansioso—. ¡Despierte, señor Frodo! Se han marchado dijo.
Hubo un golpe sordo. Las puertas de Minas Morgul se habían cerrado. La
última fila de lanzas había desaparecido en el camino. La torre se alzaba aún