Page 783 - El Señor de los Anillos
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abriendo  un  camino  cada  vez  más  profundo  en  el  corazón  de  la  montaña,  las
      paredes rocosas se elevaban más y más a los lados, por encima de ellos.
        Por fin, cuando ya les parecía que no podían aguantar más, vieron los ojos de
      Gollum que escudriñaban otra vez desde arriba.
        —Hemos llegado —les dijo—. Hemos pasado la primera escalera. Hobbits
      hábiles para subir tan alto; hobbits muy hábiles. Unos escalones más y ya está, sí.
      Mareados y terriblemente cansados, Sam, y Frodo tras él, subieron a duras penas
      el  último  escalón,  y  allí  se  sentaron,  y  se  frotaron  las  piernas  y  las  rodillas.
      Estaban  en  un  oscuro  pasadizo  que  parecía  subir  delante  de  ellos,  aunque  en
      pendiente más suave y sin escalera. Gollum no les permitió descansar mucho
      tiempo.
        —Hay  otra  escalera  más  —les  dijo—.  Mucho  más  larga.  Descansarán
      después de subir la próxima escalera. Todavía no. Sam refunfuñó.
        —¿Más larga, dijiste?
        —Sí, sssí, más larga —dijo Gollum—. Pero tan difícil. Hobbits subieron ya la
      Escalera Recta. Ahora viene la Escalera en Espiral.
        —¿Y después? —dijo Sam.
        —Ya veremos —dijo Gollum en voz baja—. ¡Oh sí, ya veremos!
        —Me parece que hablaste de un túnel —dijo Sam—. ¿No hay que atravesar
      un túnel, o algo así?
        —Oh sí, un túnel —dijo Gollum—. Pero los hobbits podrán descansar antes. Si
      lo pasan habrán llegado casi a la cima. Casi, si lo pasan. Oh sí casi a la cima.
        Frodo se estremeció. El ascenso lo había hecho sudar, pero ahora sentía el
      cuerpo mojado y frío, y una corriente de aire glacial, que llegaba desde alturas
      invisibles, soplaba en el pasadizo oscuro. Se levantó y se sacudió.
        —¡Bien, en marcha! —dijo—. Este no es sitio para sentarse a descansar.
      El pasadizo parecía alargarse millas y millas, y siempre el soplo helado flotaba
      sobre ellos, transformándose poco a poco en un viento áspero. Se hubiera dicho
      que las montañas al echarles encima ese aliento mortal, intentaban desanimarlos,
      alejarlos de los secretos de las alturas, o arrojarlos al tenebroso vacío que habían
      dejado atrás. Supieron que al fin habían llegado cuando de pronto ya no palparon
      el muro a la derecha. No veían casi nada. Grandes masas negras e informes y
      profundas sombras grises se alzaban por encima de ellos y todo alrededor, pero
      ahora una luz roja y opaca parpadeaba bajo los nubarrones oscuros, y por un
      momento alcanzaron a ver las formas de los picos, al frente y a los lados, como
      columnas que sostuvieran una vasta techumbre a punto de desplomarse. Habían
      subido  al  parecer  muchos  centenares  de  pies,  y  ahora  se  encontraban  en  una
      cornisa ancha.  A  la  derecha  una pared  se  elevaba  a pique  y  a  la  izquierda  se
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