Page 952 - El Señor de los Anillos
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                     La Pira de Denethor
      C uando  la  sombra  negra  se  retiró  de  la  Puerta,  Gandalf  se  quedó  sentado,
      inmóvil. Pero Pippin se levantó, como si se hubiera liberado de un gran peso, y al
      escuchar las voces de los cuernos le pareció que el corazón le iba a estallar de
      alegría. Y nunca más en los largos años de su vida pudo oír el sonido lejano de un
      cuerno sin que unas lágrimas le asomaran a los ojos. Pero de pronto recordó la
      misión que lo había traído a la ciudad, y echó a correr. En ese momento Gandalf
      se  movió,  y  diciéndole  una  palabra  a  Sombragris,  se  disponía  a  trasponer  la
      Puerta.
        —¡Gandalf! ¡Gandalf! —gritó Pippin, y Sombragris se detuvo.
        —¿Qué haces aquí? le preguntó Gandalf. ¿No dice una ley de la Ciudad que
      quienes visten de negro y plata han de permanecer en la Ciudadela, a menos que
      el Señor les haya dado licencia?
        —Me la ha dado —dijo Pippin. Me ha despedido. Pero tengo miedo. Temo
      que allí pueda acontecer algo terrible. El Señor Denethor ha perdido la razón, me
      parece. Temo que se mate y que mate también a Faramir. ¿No podrías hacer
      algo?
        Gandalf miró por la Puerta entreabierta, y oyó que el fragor creciente de la
      batalla ya invadía los campos. Apretó el puño.
        —He de ir —dijo—. El Jinete Negro está allí fuera, y todavía puede llevarnos
      a la ruina. No tengo tiempo.
        —¡Pero Faramir! —gritó Pippin—. No está muerto, y si nadie los detiene lo
      quemarán vivo.
        —¿Lo  quemarán  vivo?  —dijo  Gandalf—.  ¿Qué  historia  es  ésa?  ¡Habla,
      rápido!
        —Denethor ha ido a las Tumbas —explicó Pippin—, y ha llevado a Faramir.
      Y dice que todos moriremos quemados en las hogueras, pero que él no esperará,
      y  ha  ordenado  que  preparen  una  pira  y  lo  inmolen,  junto  con  Faramir.  Y  ha
      enviado en busca de leña y aceite. Yo se lo he dicho a Beregond, pero no creo
      que se atreva a abandonar su puesto, pues está de guardia. Y de todas maneras
      ¿qué podría hacer? —Así, a los borbotones, mientras se empinaba para tocar con
      las manos trémulas la rodilla de Gandalf, contó Pippin la historia—. ¿No puedes
      salvar a Faramir?
        —Tal vez sí —dijo Gandalf—, pero entonces morirán otros, me temo.
        Y bien, tendré que ir, si nadie más puede ayudarlo. Pero esto traerá males y
      desdichas. Hasta en el corazón de nuestra fortaleza tiene el enemigo armas para
      golpearnos: porque esto es obra del poder de su voluntad.
      Una vez que hubo tomado una decisión, Gandalf actuó con rapidez: alzó en vilo a
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