Page 955 - El Señor de los Anillos
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leña, y levantando al enfermo saltó otra vez al suelo; y con Faramir en los brazos
      fue hacia la puerta. Y mientras lo llevaba Faramir se quejó en sueños, y llamó a
      su padre.
        Denethor se sobresaltó como alguien que despierta de un trance, y el fuego se
      le apagó en los ojos, y lloró; y dijo:
        —¡No me quites a mi hijo! Me llama.
        —Te  llama,  sí  —dijo  Gandalf—,  pero  aún  no  puedes  acudir  a  él.  Porque
      ahora en el umbral de la muerte necesita ir en busca de curación, y quizá no la
      encuentre. Tu sitio, en cambio, está en la batalla de tu ciudad, donde acaso la
      muerte te espera. Y tú lo sabes, en lo profundo de tu corazón.
        —Ya  no  despertará  nunca  más  —dijo  Denethor—.  Es  en  vano  la  batalla.
      ¿Para  qué  desearíamos  seguir  viviendo?  ¿Por  qué  no  partir  juntos  hacia  la
      muerte?
        —Nadie  te  ha  autorizado,  Senescal  de  Gondor  —respondió  Gandalf—,  a
      decidir la hora de tu muerte. Sólo los reyes paganos sometidos al Poder Oscuro lo
      hacían, inmolándose por orgullo y desesperación y asesinando a sus familiares
      para sobrellevar mejor la propia muerte. —Y al decir esto traspuso el umbral y
      sacó a Faramir de la morada, y lo depositó otra vez en el féretro en que lo habían
      llevado,  y  que  ahora  estaba  bajo  el  pórtico.  Denethor  lo  siguió,  y  se  detuvo
      tembloroso,  mirando  con  ojos  ávidos  el  rostro  de  su  hijo.  Y  por  un  instante,
      mientras  todos  observaban  silenciosos  e  inmóviles  aquella  escena  de  dolor,
      pareció que Denethor vacilaba.
        —¡Animo!  —le  dijo  Gandalf—.  Nos  necesitan  aquí.  Todavía  puedes  hacer
      muchas cosas.
        Entonces, de improviso, Denethor rompió a reír. De nuevo se irguió, alto y
      orgulloso, y volviendo a la mesa con paso rápido tomó de ella la almohada en
      que había apoyado la cabeza. Y mientras iba hacia la puerta le quitó la mantilla
      que la cubría, y todos pudieron ver lo que llevaba en las manos: ¡un palantir!. Y
      cuando  levantó  la  Piedra  en  alto,  tuvieron  la  impresión  de  que  una  llama
      empezaba  a  arder  en  el  corazón  de  la  esfera;  y  el  rostro  enflaquecido  del
      Senescal, iluminado por aquel resplandor rojizo, les pareció como esculpido en
      piedra dura, perfilado y de sombras negras: noble, altivo y terrible. Y los ojos le
      relampagueaban.
        —¡Orgullo  y  desesperación!  —gritó—.  ¿Creíste  por  ventura  que  estaban
      ciegos los ojos de la Torre Blanca? No, Loco Gris, he visto más cosas de las que
      tú sabes. Pues tu esperanza sólo es ignorancia. ¡Ve, afánate en curar! ¡Parte a
      combatir! Vanidad. Quizá triunfes un momento en el campo, por un breve día.
      Mas contra el Poder que ahora se levanta no hay victoria posible. Porque el dedo
      que ha extendido hasta esta ciudad no es más que el primero de la mano. Ya todo
      el Este está en movimiento. Hasta el viento de tu esperanza te ha engañado: en
      este instante empuja por el Anduin y aguas arriba una flota de velámenes negros.
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