Page 957 - El Señor de los Anillos
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antes que Gandalf pudiera impedírselo, había arrojado el tizón sobre la pira; la
      leña crepitó y estalló al instante en llamaradas.
        De un salto Denethor subió a la mesa, y de pie, entre el fuego y el humo,
      recogió  del  suelo  el  cetro  de  la  Senescalía,  y  apoyándolo  contra  la  rodilla  lo
      partió en dos. Y arrojando los fragmentos en la hoguera se inclinó y se tendió
      sobre la mesa, mientras con ambas manos apretaba contra el pecho el Palantir. Y
      se dice que desde entonces, todos aquellos que escudriñaban la Piedra, a menos
      que tuvieran una fuerza de voluntad capaz de desviarla hacia algún otro propósito,
      sólo veían dos manos arrugadas y decrépitas que se consumían entre las llamas.
        Gandalf,  horrorizado  y  consternado,  volvió  la  cabeza  y  cerró  la  puerta.  Y
      mientras los que habían quedado fuera oían el rugido de las llamas dentro de la
      casa,  Gandalf  permaneció  un  momento  inmóvil  en  el  umbral,  en  silencio.  De
      pronto, Denethor lanzó un grito horripilante, y ya nunca habló, ni ningún mortal
      volvió a verlo en el mundo de los vivos.
        —Este es el fin de Denethor, hijo de Ecthelion —dijo Gandalf, y se volvió a
      Beregond y a los servidores que aún miraban la escena como petrificados—. Y
      también el fin de los días de Gondor que habéis conocido: para bien o para mal,
      han terminado. Acciones viles se han cometido en este lugar, mas dejad ahora de
      lado los rencores que puedan dividiros: fueron urdidos por el enemigo y están al
      servicio  de  su  voluntad.  Os  habéis  dejado  atrapar  en  una  red  de  obligaciones
      antagónicas que vosotros no tejisteis. Pero pensad vosotros, servidores del Señor,
      ciegos en vuestra obediencia, que sin la traición de Beregond, Faramir, Capitán
      de la Torre Blanca, habría perecido en las llamas.
        » Llevaos  de  este  lugar  funesto  a  vuestros  camaradas  caídos.  Nosotros
      conduciremos a Faramir, Senescal de Gondor, a un lugar donde podrá dormir en
      paz, o morir si tal es su destino.
        Luego  Gandalf  y  Beregond  levantaron  el  féretro  y  se  encaminaron  a  las
      Casas de Curación, y detrás de ellos, con la cabeza gacha, iba Pippin. Pero los
      servidores del Señor seguían paralizados, con los ojos fijos en la morada de los
      Muertos; y en el momento en que Gandalf llegaba al extremo de Rath Diñen se
      oyó un ruido ensordecedor. Y al volver la cabeza vieron que el techo del edificio
      se  había  resquebrado,  y  que  el  humo  brotaba  por  las  fisuras;  y  luego  con  un
      estruendo de piedras que se desmoronan, la casa se derrumbó; pero las llamas
      continuaron  danzando  y  revoloteando  entre  las  ruinas.  Entonces  los  servidores
      aterrorizados huyeron a la carrera en pos de Gandalf.
      Llegaron  por  fin  a  la  Puerta  del  Senescal,  y  Beregond  miró  con  aflicción  al
      portero caído.
        —Eternamente lamentaré este acto —dijo—, pero la prisa me hizo perder la
      cabeza,  y  él  no  quiso  escuchar  razones,  y  me  amenazó  con  la  espada.  —Y
      sacando la llave que le arrebatara al muerto, cerró la puerta—. Esta llave —dijo
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