Page 953 - El Señor de los Anillos
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Pippin y lo sentó en la cruz, y susurrándole una orden a Sombragris, dio media
      vuelta. Y mientras a espaldas de ellos arreciaba el fragor del combate, los cascos
      repicaron subiendo las calles empinadas de Minas Tirith. Por toda la ciudad los
      hombres despertaban del miedo y la desesperación, y empuñaban las armas y se
      gritaban unos a otros:
        —¡Han llegado los de Rohan! —Y los capitanes daban grandes voces, y las
      compañías se ordenaban, y muchas marchaban ya hacia la Puerta. Se cruzaron
      con el Príncipe Imrahil, quien les gritó:
        —¿A dónde vas ahora, Mithrandir? ¡Los Rohirrim están combatiendo en los
      campos de Gondor! Necesitamos todas las fuerzas que podamos encontrar.
        —Necesitaréis de todos los hombres y muchos más aún —respondió Gandalf
      —.  Daos  prisa.  Yo  iré  en  cuanto  pueda.  Pero  ahora  tengo  una  misión
      impostergable que cumplir, junto a Denethor. ¡Toma el mando, en ausencia del
      Señor!
      Continuaron galopando; y a medida que ascendían y se acercaban a la ciudadela,
      sentían el azote del viento en las mejillas, y divisaban a lo lejos el resplandor de
      la mañana, una luz que aumentaba en el cielo del Sur. Pero no tenían muchas
      esperanzas;  ignoraban  qué  desdichas  encontrarían,  y  temían  llegar  demasiado
      tarde.
        —Las tinieblas se están disipando —dijo Gandalf—, pero todavía pesan sobre
      la ciudad.
        En la Puerta de la Ciudadela no encontraron ningún guardia.
        —Entonces Beregond  ha  de  haber ido  allí  —dijo  Pippin,  más esperanzado.
      Dieron media vuelta, y corrieron por el camino que llevaba a la Puerta Cerrada.
      Estaba abierta de par en par y el portero yacía ante ella. Lo habían matado y le
      habían robado la llave.
        —¡Obra  del  enemigo!  —dijo  Gandalf—.  Estos  son  los  golpes  con  que  se
      deleita:  enconando  al  amigo  contra  el  amigo,  transformando  en  confusión  la
      lealtad.  —Se  apeó  del  caballo  y  con  un  ademán  le  ordenó  a  Sombragris  que
      volviese al establo—. Porque has de saber, amigo mío —le dijo—, que tú y yo
      tendríamos  que  haber  galopado  hasta  los  campos  ya  hace  tiempo,  pero  otros
      asuntos me retienen. ¡Ven rápido, si te llamo!
        Traspusieron la Puerta y descendieron por el camino sinuoso y escarpado. La
      luz crecía, y las columnas elevadas y las figuras esculpidas que flanqueaban el
      sendero desfilaban lentamente como fantasmas grises.
        De improviso el silencio se rompió y oyeron abajo gritos y espadas que se
      entrechocaban: ruidos que nunca habían resonado en los recintos sagrados desde
      la  construcción  de  la  ciudad.  Llegaron  por  fin  al  Rath  Dínen  y  fueron
      rápidamente hacia la Morada de los Senescales, que se alzaba en el crepúsculo
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