Page 960 - El Señor de los Anillos
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                     Las Casas de Curación
      Una nube de lágrimas y de cansancio empañaba los ojos de Merry cuando se
      acercaban a la Puerta en ruinas de Minas Tirith. Apenas si notó la destrucción y
      la muerte que lo rodeaban por todas partes. Había fuego y humo en el aire, y un
      olor nauseabundo: pues muchas de las máquinas habían sido consumidas por las
      llamas o arrojadas a los fosos de fuego, y muchos de los caídos habían corrido la
      misma  suerte;  y  aquí  y  allá  yacían  los  cadáveres  de  los  grandes  monstruos
      sureños, calcinados a medias, destrozados a pedradas, o con los ojos traspasados
      por las flechas de los valientes arqueros de Morthond. La lluvia había cesado, y
      en el cielo brillaba el sol; pero toda la ciudad baja seguía envuelta en el humo
      acre de los incendios.
        Ya  había  hombres  atareados  en  abrir  un  sendero  entre  los  despojos;  otros,
      entretanto,  salían  por  la  Puerta  llevando  literas.  A  Eowyn  la  levantaron  y  la
      depositaron sobre almohadones mullidos; pero al cuerpo del rey lo cubrieron con
      un gran lienzo de oro, y lo acompañaron con antorchas, y las llamas, pálidas a la
      luz del sol, se movían en el viento.
        Así entraron Théoden y Eowyn en la Ciudad de Gondor, y todos los que los
      veían se descubrían la cabeza y se inclinaban; y así prosiguieron entre las cenizas
      y el humo del circuito incendiado, y subieron por las empinadas calles de piedra.
      A  Merry  el  ascenso  le  parecía  eterno,  un  viaje  sin  sentido  en  una  pesadilla
      abominable,  que  continuaba  y  continuaba  hacia  una  meta  imprecisa  que  la
      memoria no alcanzaba a reconocer.
        Poco  a  poco  las  llamas  de  las  antorchas  parpadearon  y  se  extinguieron,  y
      Merry se encontró caminando en la oscuridad; y pensó: « Este es un túnel que
      conduce a una tumba; allí nos quedaremos para siempre.»  Pero de improviso
      una voz viva interrumpió la pesadilla del hobbit.
        —¡Ah, Merry! ¡Te he encontrado al fin, gracias al cielo!
        Levantó la cabeza, y la niebla que le velaba los ojos se disipó un poco. ¡Era
      Pippin! Estaban frente a frente en un callejón estrecho y desierto. Se restregó los
      ojos.
        —¿Dónde está el rey? —preguntó—. ¿Y Eowyn? —De pronto se tambaleó, se
      sentó en el umbral de una puerta, y otra vez se echó a llorar.
        —Han subido a la ciudadela —dijo Pippin—. Sospecho que el sueño te venció
      mientras ibas con ellos, y que tomaste un camino equivocado. Cuando notamos tu
      ausencia,  Gandalf  mandó  que  te  buscara.  ¡Pobrecito,  Merry!  ¡Qué  felicidad
      volver a verte! Pero estás extenuado y no quiero molestarte con charlas. Dime
      una cosa, solamente: ¿estás herido, o maltrecho?
        —No —dijo Merry—. Bueno, no, creo que no. Pero tengo el brazo derecho
      inutilizado, Pippin, desde que lo herí. Y mi espada ardió y se consumió como un
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