Page 959 - El Señor de los Anillos
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había  adivinado  hacía  tiempo  que  aquí  en  la  Torre  Blanca  se  guardaba  por  lo
      menos una de las Siete Piedras que ven. En los tiempos en que aún estaba cuerdo,
      Denethor  jamás  pensó  en  utilizarla,  ni  en  desafiar  a  Sauron,  pues  conocía  sus
      propias limitaciones. Pero al fin la prudencia le falló, y cuando vio que el peligro
      no dejaba de crecer, temo que haya escudriñado la piedra, y se dejara engañar;
      más  de  una  vez,  sospecho,  después  de  la  muerte  de  Boromir.  Y  aunque  era
      demasiado grande para someterse a la voluntad del Poder Oscuro, sólo vio lo que
      ese Poder quiso mostrarle. No cabe duda de que los conocimientos así obtenidos
      le eran a menudo provechosos; pero el poder de Mordor que le habían mostrado
      alimentó  la  desesperación  en  el  corazón  de  Denethor,  hasta  trastornarle  el
      entendimiento.
        —¡Ahora  comprendo  lo  que  me  pareció  tan  extraño!  —dijo  Pippin,
      estremeciéndose  al  recordarlo—.  El  Señor  salió  de  la  alcoba  donde  yacía
      Faramir; y al rato volvió, y entonces y por primera vez lo noté transformado,
      viejo y vencido.
        —Y  a  la  hora  justa  en  que  trajeron  a  Faramir  a  la  Torre  Blanca  —dijo
      Beregond—, muchos vimos una luz extraña en la cámara más alta. Pero ya la
      habíamos visto antes, y desde hacía tiempo se decía en la ciudad que el Señor
      Denethor luchaba a menudo con la mente del enemigo.
        —¡Ay! De modo que yo había adivinado la verdad —dijo Gandalf—. Así fue
      como entró la voluntad de Sauron en Minas Tirith; y por este motivo he tenido
      que retrasarme aquí. Y aún estaré obligado a quedarme, pues pronto tendré a
      otros bajo mi cuidado, además de Faramir.
        » Ahora he de ir al encuentro de los que están llegando. Lo que he visto en el
      campo me es muy doloroso, y acaso nos esperen nuevos pesares. ¡Tú, Pippin,
      ven conmigo! Pero tú, Beregond, volverás a la ciudadela, e informarás al Jefe de
      la Guardia. Mucho me temo que él tenga que separarte de la Guardia; mas dile,
      si me está permitido darle un consejo, que convendría enviarte a las Casas de
      Curación, como custodia y servidor de tu Capitán, para estar junto a él cuando
      despierte, si alguna vez despierta. Porque fuiste tú quien lo salvó de las llamas.
      ¡Ve ahora! Yo no tardaré en regresar.
        Y  dicho  esto  dio  media  vuelta  y  fue  con  Pippin  hacia  la  parte  baja  de  la
      ciudad. Y mientras apretaban el paso, el viento trajo consigo una lluvia gris, y
      todas las hogueras se anegaron, y una gran humareda se alzó delante de ellos.
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