Page 970 - El Señor de los Anillos
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Eomer no respondió, y miró a su hermana, como estimando de nuevo todos
      los días compartidos en el pasado.
        Pero Aragorn dijo:
        —También yo vi lo que tú viste, Eomer. Pocos dolores entre los infortunios de
      este mundo amargan y avergüenzan tanto a un hombre como ver el amor de una
      dama tan hermosa y valiente y no poder corresponderle. La tristeza y la piedad
      no se han separado de mí ni un solo instante desde que la dejé, desesperada en el
      Sagrario, y cabalgué a los Senderos de los Muertos; y a lo largo de ese camino,
      ningún temor estuvo en mí tan presente como el temor de lo que a ella pudiera
      pasarle. Y sin embargo, Eomer, puedo decirte que a ti te ama con un amor más
      verdadero que a mí: porque a ti te ama y te conoce; pero de mí sólo ama una
      sombra y una idea: una esperanza de gloria y de grandes hazañas, y de tierras
      muy distantes de las llanuras de Rohan.
        » Tal vez yo tenga el poder de curarle el cuerpo, y de traerla del valle de las
      sombras.  Pero  si  habrá  de  despertar  a  la  esperanza,  al  olvido  o  a  la
      desesperación,  no  lo  sé.  Y  si  despierta  a  la  desesperación,  entonces  morirá,  a
      menos que aparezca otra cura que yo no conozco. Pues las hazañas de Eowyn la
      han puesto entre las reinas de gran renombre.
        Aragorn se inclinó y observó el rostro de Eowyn; y parecía en verdad blanco
      como  un  lirio,  frío  como  la  escarcha  y  duro  como  tallado  en  piedra.  Y
      encorvándose, le besó la frente, y la llamó en voz baja, diciendo:
        —¡Eowyn, hija de Eomund, despierta! Tu enemigo ha partido para siempre.
        Eowyn  no  hizo  movimiento  alguno,  pero  empezó  a  respirar  otra  vez
      profundamente, y el pecho le subió y bajó debajo de la sábana de lino. Una vez
      más Aragorn trituró dos hojas de athelas y las echó en el agua humeante; y mojo
      con ella la frente de Eowyn y el brazo derecho que yacía frío y exánime sobre
      el cobertor.
        Entonces, sea porque Aragorn poseyera en verdad algún olvidado poder del
      Oesternesse,  o  acaso  por  el  simple  influjo  de  las  palabras  que  dedicara  a  la
      Dama  Eowyn,  a  medida  que  el  aroma  suave  de  la  hierba  se  expandía  en  la
      habitación todos los presentes tuvieron la impresión de que un viento vivo entraba
      por  la  ventana,  no  un  aire  perfumado,  sino  un  aire  fresco  y  límpido  y  joven,
      como  si  ninguna  criatura  viviente  lo  hubiera  respirado  antes,  y  llegara  recién
      nacido desde montañas nevadas bajo una bóveda de estrellas, o desde playas de
      plata bañadas allá lejos por océanos de espuma.
        —¡Despierta, Eowyn, Dama de Rohan! —repitió Aragorn, y cuando le tomó
      la mano derecha sintió que el calor de la vida retornaba a ella—. ¡Despierta! ¡La
      sombra ha partido para siempre, y las tinieblas se han disipado! —Puso la mano
      de Eowyn en la de Eomer y se apartó del lecho—. ¡Llámala! —dijo, y salió en
      silencio de la estancia.
        —¡Eowyn, Eowyn! —clamó Eomer en medio de las lágrimas. Y ella abrió
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