Page 966 - El Señor de los Anillos
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más altos.
Y Eomer, viéndolo fatigado y triste, le dijo:
—¿No sería mejor que antes descansaras, que comieras siquiera un bocado?
Pero Aragorn le respondió:
—No, porque para estos tres, y más aún para Faramir, el tiempo apremia.
Hay que actuar ahora mismo. Llamó entonces a Ioreth y le dijo:
—¿Tenéis en esta casa reservas de hierbas curativas?
—Sí, señor —respondió la mujer—; aunque no en cantidad suficiente, me
temo, para tantos como van a necesitarlas. Pero sé que no podríamos conseguir
más; pues todo anda atravesado en estos días terribles, con fuego e incendios, y
tan pocos jóvenes para llevar recados, y barricadas en todos los caminos. ¡Si
hasta hemos perdido la cuenta de cuándo llegó de Lossarnach la última carga
para el mercado! Pero en esta casa aprovechamos bien lo que tenemos, como
sin duda sabe vuestra Señoría.
—Eso podré juzgarlo cuando lo haya visto —dijo Aragorn—. Otra cosa
también escasea por aquí: el tiempo para charlar. ¿Tenéis athelas?
—Eso no lo sé con certeza, señor —respondió Ioreth—, o al menos no la
conozco por ese nombre. Iré a preguntárselo al herborista; él conoce bien todos
los nombres antiguos.
—También la llaman hojas de reyes —dijo Aragorn—, y quizá tú la conozcas
con ese nombre; así la llaman ahora los campesinos.
—¡Ah, ésa! —dijo Ioreth—. Bueno, si vuestra Señoría hubiera empezado por
ahí, yo le habría respondido. No, no hay, estoy segura. Y nunca supe que tuviera
grandes virtudes; cuántas veces les habré dicho a mis hermanas, cuando la
encontrábamos en los bosques: « Hojas de reyes» decía, « qué nombre tan
extraño, quién sabe por qué la llamarán así; porque si yo fuera rey, tendría en mi
jardín plantas más coloridas» . Sin embargo, da una fragancia dulce cuando se la
machaca, ¿no es verdad? Aunque tal vez dulce no sea la palabra: saludable sería
quizá más apropiado.
—Saludable en verdad —dijo Aragorn—. Y ahora, mujer, si amas al Señor
Faramir, corre tan rápido como tu lengua y consígueme hojas de reyes, aunque
sean las últimas que queden en la ciudad.
—Y si no queda ninguna —dijo Gandalf— yo mismo cabalgaré hasta
Lossarnach llevando a Ioreth en la grupa, y ella me conducirá a los bosques, pero
no a ver a sus hermanas. Y Sombragris le enseñará entonces lo que es la rapidez.
Cuando Ioreth se hubo marchado, Aragorn pidió a las otras mujeres que
calentaran agua. Tomó entonces en una mano la mano de Faramir, y apoyó la
otra sobre la frente del enfermo. Estaba empapada de sudor; pero Faramir no se
movió ni dio señales de vida, y apenas parecía respirar.
—Está casi agotado —dijo Aragorn volviéndose a Gandalf—. Pero no a
causa de la herida. ¡Mira, está cicatrizando! Si lo hubiera alcanzado un dardo de