Page 976 - El Señor de los Anillos
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—Bastará  que  mandes  a  alguien  que  nos  guíe,  Señor  —dijo  Legolas—.
      Aragorn te envía este mensaje. Porque no desea entrar de nuevo en la ciudad en
      este  momento.  No  obstante,  es  necesario  que  los  capitanes  se  reúnan
      inmediatamente a deliberar, y os ruega, a ti y a Eomer de Rohan, que bajéis
      hasta la tienda cuanto antes. Mithrandir ya está allí.
        —Iremos —dijo Imrahil; y se despidieron con palabras corteses.
        —Es  un  noble  señor  y  un  gran  capitán  de  hombres  —dijo  Legolas—.  Si
      todavía  hay  aquí  hombres  de  tal  condición,  aun  en  estos  días  de  decadencia,
      grande ha de haber sido la gloria de Gondor en los tiempos de esplendor.
        —Y no cabe duda de que la buena mampostería es la más vieja, de la época
      de  las  primeras  construcciones  dijo  Gimli.  Siempre  es  así  con  las  obras  que
      emprenden los hombres: una helada en primavera, o una sequía en el verano, y
      las promesas se frustran.
        —Y sin embargo, rara vez dejan de sembrar —dijo Legolas—. Y la semilla
      yacerá en el polvo y se pudrirá, sólo para germinar nuevamente en los tiempos y
      lugares más inesperados. Las obras de los hombres nos sobrevivirán, Gimli.
        —Para acabar en meras posibilidades fallidas, supongo dijo el enano.
        —De esto los elfos no conocen la respuesta —dijo Legolas.
      En aquel momento llegó el sirviente del príncipe y los condujo a las Casas de
      Curación;  y  allí  se  reunieron  con  sus  amigos  en  el  jardín,  y  fue  un  alegre
      reencuentro. Durante un rato pasearon y conversaron y disfrutaron de una tregua
      de paz y reposo, al sol de la mañana en los circuitos ventosos de la ciudad alta.
      Más tarde, cuando Merry empezó a sentirse cansado, se sentaron en el muro, de
      espaldas  al  prado  verde  de  las  Casas  de  Curación.  Frente  a  ellos,  el  Anduin
      centelleaba a la luz y se perdía en el sur, tan lejano que ni el mismo Legolas
      alcanzaba a ver cómo se internaba en las llanuras y la bruma verde del Lebennin
      y el Ithilien Meridional.
        De pronto, mientras los otros hablaban, Legolas se quedó callado; y mirando
      a lo lejos vio unas aves marinas blancas que volaban al sol por encima del río.
        —¡Mirad!  —exclamó—.  ¡Gaviotas!  Se  alejan  volando  tierra  adentro.  Me
      maravillan, y al mismo tiempo me turban el corazón. Nunca en mi vida las había
      visto,  hasta  que  llegamos  a  Pelargir,  y  allí  las  oí  gritar  en  el  aire  mientras
      cabalgábamos a combatir en la batalla de los navíos. Y quedé como petrificado,
      olvidándome de la guerra de la Tierra Media: pues las voces quejumbrosas de
      esas aves me hablaban del Mar. ¡El Mar! ¡Ay! Aún no he podido contemplarlo.
      Pero en lo profundo del corazón de todos los de mi raza late la nostalgia del Mar,
      una nostalgia que es peligroso remover. ¡Ay, las gaviotas! Nunca más volveré a
      tener paz, ni bajo las hayas ni bajo los olmos.
        —¡No hables así! —dijo Gimli—. Todavía hay innumerables cosas para ver
      en la Tierra Media, y grandes obras por realizar. Pero si toda la hermosa gente se
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