Page 979 - El Señor de los Anillos
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las aguas parecían anchas en la sombra, y en las riberas gritaban muchas aves
      marinas. ¡Ay de mí! ¡Por qué habré escuchado el lamento de las gaviotas! ¿No
      me dijo la Dama que tuviera cuidado? Y ahora no las puedo olvidar.
        —Yo en cambio no les presté atención —dijo Gimli—; pues en ese mismo
      momento  comenzó  por  fin  la  batalla.  Allí,  en  Pelargir  se  encontraba  la  flota
      principal de Umbar, cincuenta navíos de gran envergadura y una infinidad de
      embarcaciones más pequeñas. Muchos de los que perseguíamos habían llegado a
      los puertos antes que nosotros, trayendo consigo el miedo; y algunas de las naves
      habían zarpado, intentando huir río abajo o ganar la otra orilla; y muchas de las
      embarcaciones  más  pequeñas  estaban  en  llamas.  Pero  los  Haradrim,  ahora
      acorralados al borde mismo del agua, se volvieron de golpe, con una ferocidad
      exacerbada por la desesperación; y se rieron al vernos, porque sus huestes eran
      todavía numerosas.
        » Pero Aragorn se detuvo, y gritó con voz tenante: "¡Venid ahora! ¡Os llamo
      en nombre de la Piedra Negra!" Y súbitamente, el Ejército de las Sombras, que
      había  permanecido  en  la  retaguardia,  se  precipitó  como  una  marea  gris,
      arrasando todo cuanto encontraba a su paso. Oí gritos y cuernos apagados, y un
      murmullo  como  de  voces  innumerables  muy  distantes;  como  si  escuchara  los
      ecos de alguna olvidada batalla de los Años Oscuros, en otros tiempos. Pálidas
      eran las espadas que allí desenvainaban; pero ignoro si las hojas morderían aún,
      pues los Muertos no necesitaban más armas que el miedo. Nadie se les resistía.
        « Trepaban a todas las naves que estaban en los diques, y pasaban por encima
      de las aguas a las que se encontraban ancladas; y los marineros enloquecidos de
      terror se arrojaban por la borda, excepto los esclavos, que estaban encadenados a
      los  remos.  Y  nosotros  cabalgábamos  implacables  entre  los  enemigos  en  fuga,
      arrastrándolos  como  hojas  caídas,  hasta  que  llegamos  a  la  orilla.  Entonces,  a
      cada uno de los grandes navíos que aún quedaban en los muelles, Aragorn envió
      a uno de los Dúnedain, para que reconfortaran a los cautivos que se encontraban
      a bordo, y los instaran a olvidar el miedo y a recobrar la libertad.
        » Antes que terminara aquel día oscuro no quedaba ningún enemigo capaz de
      resistirnos: los que no habían perecido ahogados, huían precipitadamente rumbo
      al sur con la esperanza de regresar a sus tierras.
        Extraño y prodigioso me parecía que los designios de Mordor hubieran sido
      desbaratados por aquellos espectros de oscuridad y de miedo. ¡Derrotado con sus
      propias armas!
        Extraño  en  verdad  —dijo  Legolas—.  En  aquella  hora  yo  observaba  a
      Aragorn  y  me  imaginaba  en  qué  Señor  poderoso  y  terrible  se  habría  podido
      convertir si se hubiese apropiado del Anillo. No por nada le teme Mordor. Pero es
      más grande de espíritu que Sauron de entendimiento. ¿No lleva por ventura la
      sangre  de  los  hijos  de  Lúthien?  Es  de  una  estirpe  que  jamás  habrá  de
      corromperse, así perdure en años innumerables.
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