Page 104 - Casados o Cansados
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veinticuatro mil alumnos, su esposa corrió a su encuentro y se arrojó a
sus rodillas; los alumnos corrieron para alejar a esa extraña que se
atrevió a hacer algo semejante, Rabi Akiva los detuvo y levantó su voz
para que todos los presentes escucharán: “todo lo que yo sé y todo lo
que ustedes saben de Torá, se lo debemos agradecer a ella”. Sin los
elogios y el empuje de Rachel, el pueblo de Israel habría perdido a un
gran sabio en el estudio de nuestra sagrada Torá.
EL ELOGIO UNE
El elogio causa que una persona se sienta atraída hacia quien
aprecia sus cualidades. Cuando una mujer prepara la cena, mientras está
moviendo la olla piensa en su esposo, lo que le gusta, cómo le gusta,
qué dirá y cuando llegue y le sirva la comida, ella espera una sola cosa,
un reconocimiento, una palabra dulce; ¡qué desalentador es verle
concentrado en pollo sin decir nada agradable y cuando dice algo, no se
le ocurre nada mejor que comentar: “casi como el de mi mamá”! Sin
embargo, un marido orientado y educado, sabrá que apenas pruebe la
comida deberá hacer una pausa, felicitar a su esposa y decirle palabras
dulces como: “¡te quedó muy bueno, mi reina, te felicito, cada vez
cocinas más rico!. Voy a llamar a mi mamá para que le des unas
cuantas recetas!” Aunque la mujer sepa que él exagera, será agradable
oirlo una y otra vez. Por eso es muy frecuente escucharla diciendo:
“¿qué dijiste?, no te escuché bien, es que acaba de pasar un avión y no
presté atención”, con tal de escucharlo otra vez. Igual cuando el marido
regresa de compras o milagrosamente arregló la puerta del armario, qué
agradable es para él escuchar reconocimientos por parte de ella, en vez
de insultos.
Resulta obvio que si un señor recibe la llamada de su mamá
pidiéndole que venga a cambiar el bombillo que se fundió en el salón y
al rato llama la esposa preguntándole que cuándo cambiará el bombillo
en el cuarto, seguro que el hombre reparará el bombillo de su mamá
antes que el bombillo de su casa, ya que durante la reparación en casa
de mami ella no parará de alabarle y bendecirle: “que manos de oro
tienes, que D-os te cuide y te dé salud y vida larga por esta luz que me
traes cada vez que entras”. Sin embargo, en su casa las cosas a veces,
son distintas, ya que cuando él se dispone a cambiar el bombillo
escucha frases como estas: “¡por fin mueves tus manos en esta casa!,