Page 227 - Dune
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resguardo de la cornisa. Su último tóptero, que habían usado como vehículo terrestre
           para  transportar  a  los  heridos,  había  dejado  de  funcionar  poco  antes  del  alba.  Lo
           habían  cortado  a  piezas  con  los  láser,  ocultando  los  más  pequeños  fragmentos,  y

           continuado su camino hasta aquel refugio, al borde de la depresión.
               Hawat tenía tan sólo una vaga idea de su posición… unos doscientos kilómetros
           al sudeste de Arrakeen. Los caminos más transitados entre las comunidades sietch de

           la Muralla Escudo pasaban por algún lado más al sur.
               El  Fremen  frente  a  Hawat  se  echó  a  los  hombros  la  capucha  y  el  gorro  de  su
           destiltraje,  revelando  un  cabello  y  una  barba  del  color  de  la  arena.  Los  cabellos,

           peinados hacia atrás, revelaban una frente alta y estrecha. Sus insondables ojos tenían
           el característico color azul debido a la especia. A un lado de la boca, su barba y su
           bigote estaban aplastados por la depresión del tubo que surgía de los tampones de su

           nariz.
               El hombre se quitó los tampones y los ajustó. Se frotó una cicatriz al lado de su

           nariz.
               —Si atraviesas el sink esta noche —dijo el Fremen— no uses los escudos. Hay
           una brecha en la pared… —giró sobre sus talones y señaló hacia el sur—… allí, y
           luego una extensión abierta de arena hasta el erg. Los escudos podrían atraer a un…

           —vaciló—… gusano. No suelen venir por aquí, pero un escudo los atrae siempre.
               Ha dicho gusano, pensó Hawat. Pero iba a decir alguna otra cosa. ¿Y qué es lo

           que espera de nosotros?
               Hawat suspiró.
               Nunca  se  había  sentido  tan  cansado.  Experimentaba  en  todos  sus  músculos  un
           dolor que ninguna píldora energética podría aplacar.

               ¡Aquellos condenados Sardaukar!
               Lleno de amargura, pensó en aquellos fanáticos soldados y en la traición Imperial

           que representaban. Pero su evaluación Mentat de los hechos le revelaba las escasas
           posibilidades que tenía de probar aquella traición ante el Alto Consejo del Landsraad,
           por lo que nunca se haría justicia.
               —¿Deseas reunirte con los contrabandistas? —preguntó el Fremen.

               —¿Es posible?
               —El camino es largo.

               «A los Fremen no les gusta decir que no», había dicho Idaho en una ocasión.
               —Todavía  no  me  has  dicho  si  tu  pueblo  puede  ayudar  a  mis  heridos  —dijo
           Hawat.

               —Están heridos.
               ¡Cada vez esta maldita respuesta!
               —¡Sé que están heridos! —restalló Hawat—. No es esto lo…

               —Paz, amigo —amonestó el Fremen—. ¿Qué es lo que dicen tus heridos? ¿Hay




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