Page 229 - Dune
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compartir los problemas y los medios para triunfar en la batalla?
—Los estamos compartiendo —dijo el Fremen—. Os he visto combatir contra los
Harkonnen. Sois buenos. En algunos momentos hubiera apreciado la presencia de
vuestros brazos a mi lado.
—Dime tan sólo en qué momento deseas que mi brazo te ayude —dijo Hawat.
—¿Quién sabe? —respondió el Fremen—. Hay fuerzas por todos lados. Pero aún
no has tomado tu decisión de agua, ni la has sometido a tus heridos.
Debo ser prudente, se dijo Hawat. Hay algo aquí que no comprendo.
—¿Puedes explicarme tus reglas —dijo—, las reglas arrakenas?
—El modo de pensar de un extranjero —dijo el Fremen, y había desprecio en su
tono. Señaló hacia el noroeste, al otro lado de la cresta rocosa—. Os hemos
observado esta noche, mientras atravesabais la arena —bajó su brazo—. Has hecho
marchar a tus fuerzas por el lado deslizante de las dunas. Malo. No tenéis destiltrajes,
no tenéis agua. No duraréis mucho.
—No es fácil habituarse a Arrakis —dijo Hawat.
—Cierto. Pero nosotros hemos matado Harkonnen.
—¿Qué hacéis vosotros con vuestros heridos? —pregunto Hawat.
—¿Acaso un hombre no sabe cuándo vale la pena de ser salvado? —respondió el
Fremen—. Tus heridos saben que no tenéis agua. —Inclinó la cabeza y lanzó una
oblicua mirada a Hawat—. Está claro que este es el momento de tomar la decisión de
agua. Heridos y no heridos deben pensar en el futuro de la tribu.
El futuro de la tribu, pensó Hawat. La tribu de los Atreides. Hay un sentido en
esto. Se obligó a sí mismo a hacer la pregunta que había eludido hasta aquel
momento.
—¿Sabes algo de mi Duque o de su hijo?
—¿Saber? —los ojos azules miraron insondables a Hawat.
—¡Su suerte! —restalló Hawat.
—La suerte es la misma para todos —dijo el Fremen—. Tu Duque, por lo que se
dice, ha encontrado la suya. En cuanto al Lisan al-Gaib, su hijo, está en las manos de
Liet. Y Liet no ha dicho nada.
Conocía la respuesta antes de haber formulado la pregunta, pensó Hawat.
Miró a sus hombres. Ahora todos estaban despiertos. Habían oído. Miraban
fijamente a través de la arena, y sus pensamientos podían leerse claramente: nunca
regresarían a Caladan, y Arrakis estaba ya perdido.
Hawat se volvió de nuevo hacia el Fremen.
—¿Tienes noticias de Duncan Idaho?
—Estaba en la gran casa cuando cayó el escudo —dijo el Fremen—. Esto es lo
que he oído decir… nada más.
Ella fue quien desactivó el escudo y dejó entrar a los Harkonnen, pensó. Soy yo
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