Page 93 - Dune
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                                  A  la  entrada  del  campo  de  aterrizaje  de  Arrakeen,  groseramente  grabada,  como  si
                                  hubiera  sido  hecha  con  un  instrumento  rudimentario,  se  hallaba  una  inscripción  que
                                  Muad’Dib se repetiría muy a menudo. La descubrió aquella noche en Arrakis, mientras
                                  se dirigía al puesto de mando ducal para asistir a la primera reunión del estado mayor.
                                  Las palabras de la inscripción eran una súplica a aquellos que abandonaban Arrakis,
                                  pero  a  los  ojos  de  un  muchacho  que  acababa  de  escapar  a  la  muerte  adquirían  un
                                  significado mucho más tenebroso. Decía: «Oh tú que sabes lo que sufrimos aquí, no nos
                                  olvides en tus plegarias».

                                                                Del Manual de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN




           —Toda la teoría del arte de la guerra reposa en el riesgo calculado —dijo el Duque
           —, pero cuando se llega a arriesgar a la propia familia, el elemento de cálculo se ve
           sumergido en… otra cosa.

               Se daba cuenta de que no conseguía retener su furor tan completamente como
           hubiera deseado y, volviéndose, empezó a caminar a largas zancadas de un lado a
           otro.

               El Duque y Paul estaban solos en la sala de conferencias del campo de aterrizaje.
           Era una sala llena de ecos, decorada únicamente con una larga mesa y varias sillas de
           tres patas de estilo antiguo, un mapa cartográfico y un proyector en un ángulo. Paul

           se había sentado a un lado de la mesa. Le había contado a su padre la experiencia con
           el cazador-buscador, y le había informado de la presencia de un traidor entre ellos.
               El Duque se detuvo frente a Paul, golpeando la mesa con el puño.

               —¡Hawat me dijo que la casa era segura!
               —Yo también me puse furioso… al principio —dijo Paul, vacilante—. Y maldije
           a Hawat. Pero la amenaza venía del exterior de la casa. Era simple, hábil y directa. Y

           hubiera tenido éxito de no mediar el entrenamiento que me diste tú y tantos otros…
           incluyendo a Hawat.
               —¿Le defiendes? —preguntó el Duque.

               —Sí.
               —Se está haciendo viejo. Sí, que eso es. Debería…
               —Es sabio y tiene mucha experiencia —dijo Paul—. ¿Cuántos errores de Hawat

           puedes recordar?
               —Soy yo quién debería defenderlo, no tú —dijo el Duque.

               Paul sonrió.
               Leto se sentó a la cabecera de la mesa y puso su mano sobre el hombro de su hijo.
               —Has…  madurado  últimamente,  hijo.  —Alzó  su  mano—.  Esto  me  alegra.  —
           Respondió a la sonrisa de su hijo—. Hawat se castigará a sí mismo. Se enfurecerá

           consigo  mismo  mucho  más  de  lo  que  nosotros  dos  juntos  podríamos  enfurecernos
           contra él.



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