Page 89 - Dune
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—¡Hey! ¿Notas eso bajo tus botas? ¡Chico, es gravedad!
               —¿Cuántas G hay aquí? Uno se nota pesado.
               —Nueve décimas de una G, según el libro.

               El entrecruzarse de las palabras formaba como una trama por toda la gran sala.
               —¿Has  echado  una  ojeada  a  este  agujero  mientras  llegábamos?  ¿Dónde  están
           todas las chucherías que se suponía había por aquí?

               —¡Los Harkonnen se las deben haber llevado todas!
               —¡Para mí una buena ducha caliente y una cama blanda!
               —¿Has  oído  al  estúpido?  Aquí  no  hay  duchas.  ¡Aquí  uno  se  lava  el  culo  con

           arena!
               —¡Hey! ¡Callaos! ¡El Duque!
               El Duque bajó el último peldaño y avanzó por la sala repentinamente silenciosa.

               Gurney Halleck acudió a su encuentro a grandes pasos, a la cabeza del grupo, con
           el saco en un hombro, empuñando el baliset de nueve cuerdas con la otra mano. Tenía

           unas  manos  con  dedos  largos  y  pulgares  gruesos,  que  sabían  arrancar  delicadas
           melodías del baliset.
               El  Duque  observó  a  Halleck,  admirando  a  aquel  hombre  tosco  cuyos  ojos
           brillaban como cristales con una salvaje decisión. Era un hombre que vivía fuera de

           las faufreluches, sin obedecer al menor de sus preceptos. ¿Cómo lo había llamado
           Paul? Gurney, el valeroso.

               Los  rubios  cabellos  de  Halleck  cubrían  su  cráneo  a  mechones.  Su  ancha  boca
           tenía un constante rictus de satisfacción, y la cicatriz de estigma en su mandíbula se
           agitaba como animada por una vida propia. Su aire era casual, pero en él se adivinaba
           al hombre integro y capaz. Se acercó al Duque y se inclinó.

               —Gurney —dijo Leto.
               —Mi Señor —señaló con el baliset a los hombres que llenaban la sala—, estos

           son  los  últimos.  Yo  personalmente  hubiera  preferido  llegar  con  las  primeras  olas,
           pero…
               —Quedan todavía algunos Harkonnen para ti —dijo el Duque—. Ven conmigo,
           Gurney, tengo algo que decirte.

               —Vos me mandáis, mi Señor.
               Se retiraron a un rincón, no lejos de un distribuidor de agua a monedas, mientras

           los hombres iban de un lado a otro de la gran sala en todas direcciones. Halleck dejó
           caer su saco a un lado, pero no soltó el baliset.
               —¿Cuántos hombres puedes proporcionarle a Hawat? —preguntó el Duque.

               —¿Se encuentra Thufir con problemas, Señor?
               —Sólo  ha  perdido  dos  agentes,  pero  los  hombres  que  ha  enviado  como
           avanzadilla nos han proporcionado informes muy precisos acerca de los dispositivos

           Harkonnen en este planeta. Si nos movemos rápidamente conseguiremos una mayor




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