Page 88 - Dune
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El Duque sintió en aquel momento que su más anhelado deseo hubiera sido
terminar de una vez por todas con las distinciones de clase y acabar con aquel mortal
orden de cosas. Levantó los ojos del polvo y miró a las inmutables estrellas,
pensando: Alrededor de una de esas pequeñas lucecitas gira Caladan… pero ya
nunca más volveré a ver mi hogar. La nostalgia por Caladan despertó un repentino
dolor en su pecho. Sintió que no nacía de él, sino que fluía del propio Caladan. No
conseguía hacerse a la idea de que aquel polvoriento desierto de Arrakis era ahora su
hogar, y dudaba que lo consiguiera alguna vez.
Debo ocultar mis sentimientos, pensó. Por el bien del muchacho. Si alguna vez
posee un hogar, será éste. Yo puedo pensar en Arrakis como en un infierno al cual he
sido precipitado antes de morir, pero él debe inspirarse en este mundo. Debe
encontrar algo en él.
Una oleada de piedad hacia sí mismo, inmediatamente despreciada y rechazada,
acudió a él, y por alguna razón acudieron a su memoria dos versos de un poema de
Gurney Halleck que se complacía en repetir a menudo:
Mis pulmones respiran el aire del Tiempo
Que sopla entre las flotantes arenas…
Bien, Gurney encontraría enormes cantidades de arena flotando en aquel mundo,
pensó el Duque. Las inmensas tierras centrales, más allá de aquellas montañas
heladas como la luna, eran tierras desiertas… rocas desnudas, dunas y torbellinos de
polvo, un territorio seco, salvaje e inexplorado, con núcleos de Fremen esparcidos por
aquí y por allá, en sus bordes y quizá incluso en su interior. Si había alguien que
podía garantizar un futuro a la estirpe de los Atreides, este alguien sólo podían ser los
Fremen.
A condición de que los Harkonnen no hubieran conseguido contagiar incluso a los
Fremen con sus venenosos planes.
¡Ellos han intentado arrebatar la vida de mi hijo!
Un ruido de metal resonó a todo lo largo de la torre, haciendo que el parapeto
vibrara bajo sus brazos. Las pantallas de protección descendieron ante él, bloqueando
su visión.
Está llegando una nave, pensó. Es tiempo de descender y trabajar. Se volvió
hacia la escalera y bajó hasta la gran sala de reuniones, intentando recuperar su calma
mientras descendía y componer su expresión para el inminente encuentro.
¡Ellos han intentado arrebatar la vida de mi hijo!
Los hombres venían excitadísimos, procedentes del campo, cuando él entraba en
el gran domo amarillo que formaba la habitación. Llevaban sus sacos espaciales sobre
sus hombros, cuchicheando y gritando como estudiantes al regreso de sus vacaciones.
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