Page 94 - Dune
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Paul  alzó  los  ojos  hacia  las  oscuras  ventanas,  más  allá  del  mapa  cartográfico,
           mirando a la noche. Fuera, las luces de la estancia se reflejaban en la balaustrada.
           Percibió un movimiento, reconoció la silueta de un guardia con el uniforme de los

           Atreides.  Paul  bajó  los  ojos  hacia  la  pared  blanca  detrás  de  su  padre,  hacia  la
           superficie brillante de la mesa, mirando sus manos cruzadas con los puños apretados.
               La puerta opuesta al duque se abrió violentamente. Thufir Hawat apareció en el

           umbral, con un aspecto mucho más viejo y consumido que nunca. Recorrió la mesa a
           todo lo largo y se detuvo envaradamente frente a Leto.
               —Mi Señor —dijo, mirando a un punto por encima de la cabeza de Leto—, acabo

           de enterarme de cómo os he fallado. Creo necesario presentaros mi re…
               —Oh, siéntate y no hagas el idiota —dijo el Duque. Tendió la mano hacia una
           silla, al otro lado de Paul—. Si has cometido un error, ha sido sobrestimando a los

           Harkonnen.  Sus  mentes  simples  han  concebido  una  trampa  simple.  Nosotros  no
           habíamos previsto trampas simples. Y mi hijo ha tenido que hacerme ver que si ha

           salido de ella sano y salvo ha sido en gran parte gracias a tus lecciones. ¡Así que en
           eso no has fallado! —Tamborileó sobre la silla—. ¡Siéntate, te he dicho!
               Hawat se hundió en la silla.
               —Pero…

               —No quiero oír hablar más de ello —dijo el Duque—. El incidente ya ha pasado.
           Tenemos cosas más importantes de que ocuparnos. ¿Dónde están los demás?

               —Les he dicho que esperaran fuera mientras yo…
               —Llámalos.
               Hawat miró a Leto directamente a los ojos.
               —Señor, yo…

               —Conozco quienes son mis verdaderos amigos, Thufir —dijo el Duque—. Llama
           a esos hombres.

               Hawat deglutió.
               —Inmediatamente,  mi  Señor.  —Se  volvió  en  la  silla  y  llamó  hacia  la  puerta
           abierta—: Gurney, hazlos entrar.
               Halleck  entró  en  la  estancia,  precediendo  a  los  demás:  los  oficiales  de  estado

           mayor,  de  aspecto  tenso,  seguidos  por  sus  ayudantes  más  jóvenes  y  por  los
           especialistas, con aire impaciente y decidido. El ruido del correr de las sillas llenó la

           sala por un instante, mientras los hombres ocupaban sus lugares. Un sutil y penetrante
           aroma de rachag se difundió a lo largo de la mesa.
               —Hay café para quienes lo deseen —dijo el Duque.

               Paseó la mirada por sus hombres, pensando: Forman un buen equipo. Un hombre
           suele disponer de muy peores elementos para este tipo de guerra. Esperó, mientras el
           café era llevado de la habitación contigua y servido, notando el cansancio en algunos

           de los rostros.




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