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AUTOR Libro
—La versión de Hollywood no es muy rigurosa —suspiró y se puso serio de
nuevo—. No tienes por qué preocuparte, Bella. Nos vamos a encargar de esto y
pondremos especial atención en cuidar de Charlie y los demás... No vamos a permitir
que le pase nada. En eso, puedes confiar en mí.
Fue entonces cuando caí en la cuenta de algo muy, muy obvio. La idea de Jacob
y sus amigos luchando contra Laurent me había despistado hasta el punto de haber
perdido la noción del tiempo, pero se me ocurrió cuando Jacob volvió a utilizar el
verbo en presente.
Nos vamos a encargar de esto.
Luego no había terminado.
—Laurent ha muerto —dije con voz entrecortada mientras me quedaba rígida y
helada como un bloque de hielo.
—¿Bella? —preguntó Jacob con ansiedad al tiempo que me acariciaba la mejilla
lívida.
—Si Laurent murió hace una... semana... En ese caso, alguien más está matando
gente ahora.
Jacob asintió.
—Resulta que eran dos. Creemos que su compañera nos tiene ganas. Según
nuestras leyendas, los vampiros se encabronan mucho cuando matas a su pareja,
pero ésta no hace otra cosa que alejarse a toda prisa para volver enseguida, y así una
y otra vez. Sería más fácil quitarla de en medio si conociéramos su objetivo, pero su
conducta carece de sentido. Sigue bailando al filo de la navaja, parece que estuviera
probando nuestras defensas en busca de una forma de entrar, pero ¿adónde quiere
entrar? ¿Dónde pretende ir? A Sam le parece que intenta separarnos para disponer de
mayores oportunidades...
Su voz perdió intensidad hasta que empezó a sonar como si hablara al otro
extremo de un túnel largo. No fui capaz de distinguir las palabras por más tiempo.
Mi frente se perló de sudor y sufrí un retortijón en el estómago como si volviera a
tener la gripe. Exactamente igual que si tuviera la gripe.
Me aparté de él a toda prisa y me incliné sobre el tronco del árbol. Las arcadas
me convulsionaron todo el cuerpo sin resultado alguno. El estómago vacío se
contrajo a causa de la náusea producida por el pánico, pero no tenía nada que
vomitar.
Victoria estaba ahí. Me buscaba. Mataba extranjeros en los mismos bosques que
Charlie estaba rastreando.
La cabeza empezó a darme vueltas hasta marearme y volver a provocarme
arcadas.
Jacob me sujetó por los hombros y evitó que me resbalara y cayera sobre las
rocas. Sentí su cálido aliento en la mejilla.
—Bella, ¿qué te pasa?
—Victoria —respondí entrecortadamente en cuanto fui capaz de recobrar el
aliento entre los espasmos de las náuseas.
En mi mente, Edward gruñó con furia ante la mención de ese nombre.
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