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AUTOR Libro
¿Qué ocurriría si hubiera creído sinceramente que algo era cierto, aunque
estuviera totalmente equivocada? ¿Qué sucedería si hubiera estado tan
empecinadamente segura de que tenía razón que no me hubiera detenido a
considerar la verdad? ¿Qué habría hecho la verdad? ¿Permanecer en silencio o
intentar abrirse camino?
La tercera opción era que Edward me amaba. El vínculo establecido entre
nosotros dos era de los que ni la ausencia ni la distancia ni el tiempo podían romper,
y no importaba que él pudiera ser más especial, guapo, brillante o perfecto que yo, él
estaba tan irremediablemente atado como yo, y si yo le iba a pertenecer siempre, eso
significaba que él siempre iba a ser mío.
¿Era eso lo que había estado intentado decirme a mí misma?
—¡Vaya!
—¿Bella?
—Ya, vale. Lo entiendo.
—¿En qué consiste tu epifanía...? —me preguntó con voz tensa.
—Tú me amas —dije maravillada. La sensación de convicción y certeza me
invadió de nuevo.
Aunque la ansiedad continuó presente en sus ojos, la sonrisa torcida que más
me gustaba se extendió por su rostro.
—Con todo mi ser.
Mi corazón se hinchó de tal modo que estuvo a punto de romperme las
costillas. Ocupó mi pecho por completo y me obstruyó la garganta dejándome sin
habla.
Me quería de verdad igual que yo a él, para siempre. Era sólo el miedo a que yo
perdiera mi alma y las demás cosas propias de una existencia humana, eso fue lo que
le llevó a intentar con tanta desesperación que yo siguiera siendo una mortal.
Comparado con el miedo a que no me quisiera, ese obstáculo —mi alma— casi
parecía una menudencia.
Me tomó el rostro entre sus manos heladas y me besó hasta que sentí tal vértigo
que el bosque empezó a dar vueltas. Entonces, inclinó su frente sobre la mía y supe
que yo no era la única que respiraba más agitadamente de lo normal.
—¿Sabes? Se te da mejor que a mí —me dijo.
—¿El qué?
—Sobrevivir. Al menos, tú lo intentaste. Te levantabas por las mañanas,
procurabas llevar una vida normal por el bien de Charlie, y seguiste tu camino. Yo
era un completo inútil cuando no estaba rastreando. No podía estar cerca de mi
familia ni de nadie más. Me avergüenza admitir que me acurrucaba y dejaba que el
sufrimiento se apoderara de mí —esbozó una sonrisa turbada—. Fue mucho más
patético que oír voces.
Me sentía profundamente aliviada de que pareciera comprenderlo, me
reconfortaba que todo aquello tuviera sentido para él. En todo caso, no me miraba
como si estuviera loca. Me miraba como... si me amara.
—Sólo una voz —le corregí.
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