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Se echó a reír y me apretó con fuerza a su costado derecho antes de guiarme
hacia delante.
—Por cierto, que en este asunto tan sólo te estoy siguiendo la corriente —hizo
un amplio movimiento de mano que abarcaba la negrura de delante, donde se alzaba
algo pálido e inmenso; entonces comprendí que se refería a la casa—. Lo que ellos
digan no me importa lo más mínimo.
—Ahora, esto también les afecta a ellos.
Se encogió de hombros con indiferencia.
Me guió al interior de la casa a oscuras por la puerta del porche —que estaba
abierta— y encendió las luces. La estancia estaba tal y como la recordaba: el piano,
los sofás tapizados de blanco y la imponente escalera de color claro. No había polvo
ni sábanas blancas.
Edward los llamó por sus nombres sin hablar más alto que en una conversación
normal:
—¿Carlisle? ¿Esme? ¿Rosalie? ¿Emmett? ¿Jasper? ¿Alice?
Le oirían.
De pronto, Carlisle estaba junto a mí. Parecía que llevara allí un buen rato.
—Bienvenida otra vez, Bella —sonrió—. ¿Qué podemos hacer por ti en plena
madrugada? A juzgar por la hora, supongo que no se trata de una simple visita de
cortesía, ¿verdad?
Asentí.
—Me gustaría hablar con todos vosotros enseguida si os parece bien. Se trata de
algo importante.
No pude evitar alzar los ojos para ver el rostro de Edward mientras hablaba. Su
expresión era crítica, pero resignada. Al volver los ojos hacia Carlisle, vi que también
él observaba a Edward.
—Por supuesto —dijo Carlisle—. ¿Por qué no hablamos en la otra habitación?
Carlisle abrió la marcha por el luminoso cuarto de estar y dobló la esquina hacia
el comedor al tiempo que encendía las luces. Las paredes eran blancas y los techos
altos, igual que el cuarto de estar. En el centro de la habitación, debajo de una araña
que pendía a baja altura, había una gran mesa oval de madera lustrada con ocho
sillas a su alrededor. Carlisle me ofreció una en la cabecera de la mesa.
Jamás había visto a los Cullen usar la mesa del comedor, era... puro atrezo.
Nunca comían en casa.
Vi que no estaba sola en cuanto me di la vuelta para sentarme en la silla. Esme
había seguido a Edward, y detrás de ella entró en fila india toda la familia.
Carlisle se sentó a mi derecha y Edward a la izquierda. Todos tomaron asiento
en silencio. Alice, que ya estaba en el ajo, me sonreía. Emmett y Jasper parecían
curiosos y Rosalie me dirigió una sonrisa disimulada para tantear el terreno. Le
respondí con otra igualmente tímida. Me iba a llevar algún tiempo acostumbrarme.
Carlisle hizo un gesto con la cabeza en mi dirección y dijo:
—Tienes el uso de la palabra.
Tragué saliva. Sus intensas miradas me pusieron nerviosa. Edward me tomó de
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