Page 321 - e-book
P. 321
AUTOR Libro
siquiera podía arriesgarme a visitar a mi propia madre por miedo a llevar conmigo
mis mortíferos problemas.
Sin duda yo era un imán para el peligro. Lo tenía más que asumido.
Una vez aceptado esto, era consciente de mi necesidad de ser capaz de
cuidarme por mí misma y proteger a quienes amaba, incluso aunque eso supusiera
no estar con ellos. Debía ser fuerte.
—Sugiero que pospongamos esta conversación en aras de seguir pasando
desapercibidos —dijo Edward, que seguía hablando con los dientes apretados, pero
ahora se dirigía a Carlisle—. Al menos, hasta que Bella termine el instituto y se
marche de casa de Charlie.
—Es una petición razonable, Bella —señaló Carlisle.
Pensé en la reacción de mi padre al despertarse por la mañana, después de lo
que había sufrido con la pérdida de Harry, cuando también yo se las había hecho
pasar canutas al desaparecer sin dar explicaciones. Encontraría mi cama vacía...
Charlie se merecía algo mejor y sólo se trataba de retrasarlo un poco más, ya que la
graduación no estaba lejana...
Fruncí los labios.
—Lo consideraré.
Edward se relajó y dejó de apretar los dientes.
—Lo mejor sería que te llevara a casa —dijo, ahora más sereno, pero se veía
claro que tenía prisa por sacarme de allí—. Sólo por si Charlie se despierta pronto.
Miré a Carlisle.
—¿Después de la graduación?
—Tienes mi palabra.
Respiré hondo, sonreí y me volví hacia Edward.
—Vale, puedes llevarme a casa.
Edward me sacó de la casa antes de que Carlisle pudiera prometerme nada
más. Me sacó de espaldas, por lo que no conseguí ver qué se había roto en el
comedor.
El viaje de regreso fue silencioso. Me sentía triunfal y un poco pagada de mí
misma. También estaba muerta de miedo, por supuesto, pero intenté no pensar en
esa parte. No hacía ningún bien preocupándome por el dolor —físico o emocional—,
así que no lo hice. No hasta que fuera totalmente necesario.
Edward no se detuvo al llegar a mi casa. Subió la pared a toda pastilla y entró
por mi ventana en una fracción de segundo. Luego, retiró mis brazos de su cuello y
me depositó en la cama.
Creí que me hacía una idea bastante aproximada de lo que pensaba, pero su
expresión me sorprendió, ya que era calculadora en vez de iracunda. En silencio,
paseó por mi habitación de un lado para otro como una fiera enjaulada mientras yo
le miraba con creciente recelo.
—Sea lo que sea lo que estés maquinando, no va a funcionar —le dije.
—Calla. Estoy pensando.
—¡Bah! —me quejé mientras me dejaba caer sobre la cama y me ponía el
- 321 -

