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AUTOR                                                                                               Libro
                     Le devolví el abrazo. Con el rabillo del ojo me percaté de que Rosalie mantenía
               la vista clavada en la mesa al comprender que mis palabras admitían una doble
               interpretación.
                     —Bueno,   Alice   —dije   cuando   Esme   me   soltó—.   ¿Dónde   quieres   que   lo
               hagamos?
                     Ella me miró fijamente con los ojos dilatados de pánico.
                     —¡No! ¡No! ¡NO! —bramó Edward que entró como un ciclón en la estancia. Lo
               tenía en mi cara antes de hubiera tenido tiempo de pestañear, inclinado sobre mí, con
               el rostro distorsionado por la cólera—. ¿Estás loca? ¿Has perdido el juicio?
                     Retrocedí con las manos en los oídos.
                     —Eh... Bella, no me parece que yo esté lista para esto —terció Alice con una nota
               de ansiedad en la voz—. Necesito prepararme...
                     —Lo prometiste —le recordé ante la mirada de Edward.
                     —Lo sé, pero... Bella, de verdad, no sé cómo hacerlo sin matarte.
                     —Puedes hacerlo —le alenté—. Confío en ti.
                     Edward gruñó furioso.
                     Alice negó de inmediato con la cabeza. Parecía atemorizada.
                     —¿Carlisle?
                     Me volví para mirarle.
                     Edward me agarró el rostro con una mano y me obligó a mirarle mientras
               alargaba la otra mano, extendida hacia Carlisle para detenerle, pero éste hizo caso
               omiso del gesto y respondió a mi pregunta.
                     —Soy capaz  de hacerlo —me hubiera gustado poder ver su expresión—. No

               corres peligro de que yo pierda el control.
                     —Suena bien.
                     Esperaba que Carlisle hubiera podido entenderme. Resultaba difícil hablar con
               claridad dada la fuerza con que Edward me sujetaba la mandíbula.
                     —Espera —me pidió entre dientes—. No tiene por qué ser ahora.
                     —No hay razón alguna para que no pueda ser ahora —repuse, aunque las
               palabras resultaron incomprensibles.
                     —Se me ocurren unas cuantas.
                     —Naturalmente que sí —contesté con acritud—. Ahora, aléjate de mí.
                     Me soltó la cara y se cruzó de brazos.
                     —Charlie va a venir a buscarte aquí dentro de tres horas. No me extrañaría que
               trajera a sus ayudantes.
                     —Vendrá con los tres.
                     Fruncí el ceño.
                     Ésa era siempre la parte más dura. Charlie, Renée y ahora también Jacob. La
               gente que iba a perder, las personas a quienes iba a hacer daño. Deseaba que hubiera
               alguna forma de ser yo la única que sufriera, pero sabía que era del todo imposible.
                     Por otra parte, les iba a causar más daño permaneciendo humana: al poner en
               peligro constante a Charlie a causa de nuestra proximidad, a Jacob, ya que iba a
               arrastrar a sus enemigos a la tierra que él se sentía llamado a proteger, y a Renée... Ni




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