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AUTOR                                                                                               Libro
                     —No hay trato —repuso con una sonrisa—. Me gusta esta condición.
                     —Perfecto. Tendré que conformarme con Carlisle después de la graduación.
                     —Si es eso lo que realmente quieres... —se encogió de hombros y su sonrisa se
               tornó realmente angelical.
                     —Eres imposible —refunfuñé—, un monstruo.
                     Se rió entre dientes.
                     —¿Es por eso por lo que no quieres casarte conmigo?
                     Volví a refunfuñar.
                     Se reclinó sobre mí. Sus ojos, negros como la noche, derritieron, quebraron e
               hicieron añicos mi concentración.
                     —Bella, ¿por favor... ?—susurró.
                     Durante un momento se me olvidó respirar. Sacudí la cabeza en cuanto me
               recobré en un intento de aclarar de golpe la mente obnubilada.
                     —¿Saldría esto mejor si me dieras tiempo para conseguir un anillo?
                     —¡No! ¡Nada de anillos! —dije casi a voz en grito.
                     —Vale, ya le has despertado —cuchicheó.
                     —¡Huy!
                     —Charlie  se   está  levantando.   Será   mejor  que  me   vaya   —dijo   Edward   con
               resignación.
                     Mi corazón dejó de latir.
                     Evaluó mi expresión durante un segundo.
                     —Bueno, entonces, ¿sería muy infantil por mi parte que me escondiera en tu
               armario?

                     —No —musité con avidez—. Quédate, por favor.
                     Edward sonrió y desapareció.
                     Hervía   de   indignación   mientras   esperaba   a   que   Charlie   acudiera   a   mi
               habitación para controlarme. Edward sabía exactamente qué estaba haciendo y yo me
               inclinaba a creer que todo aquel presunto agravio formaba parte de un ardid. Por
               supuesto, aún me quedaba el cartucho de Carlisle, pero al saber que existía la
               posibilidad   de   que   fuera   él   quien   me   transformara,   lo   deseé   con   verdadera
               desesperación. ¡Menudo tramposo!
                     Mi puerta se abrió con un chirrido.
                     —Buenos días, papá.
                     —Ah, hola, Bella —pareció avergonzado al verse sorprendido—. No sabía que
               estabas despierta.
                     —Sí. Estaba esperando a que te despertaras para ducharme —hice ademán de
               levantarme.
                     —Espera —me detuvo mientras encendía la luz. Parpadeé bajo la repentina
               luminosidad y procuré mantener la vista lejos del armario—. Hablemos primero un
               minuto.
                     No   conseguí   reprimir   una   mueca.   Había   olvidado   pedirle   a  Alice   que   se
               inventara una buena excusa.
                     —Estás metida en un lío, ya lo sabes.




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