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—¿Y qué es? —le instó Alice. Estaba segura de que mi expresión era tan
escéptica como la suya.
—Los Vulturis están demasiado seguros de sí mismos, y por un buen motivo.
En realidad, no tienen ningún problema para encontrar a alguien cuando así lo
deciden —bajó los ojos para mirarme—. ¿Os acordáis de Demetri?
Me estremecí. Él lo tomó como una afirmación.
—Encuentra a la gente, ése es su talento, la razón por la que le mantienen a su
lado.
—Ahora bien, estuve hurgando en sus mentes para obtener la máxima
información posible todo el tiempo que estuvimos con ellos. Buscaba algo, cualquier
cosa que pudiera salvarnos. Así fue cómo me enteré de la forma en que funciona el
don de Demetri. Es un rastreador, un rastreador mil veces más dotado que James. Su
habilidad guarda una cierta relación con lo que Aro o yo hacemos. Capta el... gusto...
No sé cómo describirlo. .. La clave, la esencia de la mente de una persona y entonces
la sigue. Funciona incluso a enormes distancias.
—Pero después de los pequeños experimentos de Aro, bueno...
Edward se encogió de hombros.
—Crees que no va a ser capaz de localizarme —concluí con voz apagada.
—Estoy convencido. El confía ciegamente en ese don —Edward se mostraba
muy pagado de sí mismo—. Si eso no funciona contigo, en lo que a ti respecta, se han
quedado ciegos.
—¿Y qué resuelve eso?
—Casi todo, obviamente. Alice será capaz de revelarnos cuando planean
hacernos una visita. Te esconderemos. Quedarán impotentes —dijo con fiero
entusiasmo—. Será como buscar una aguja en un pajar.
Él y Emmett intercambiaron una mirada y una sonrisita de complicidad.
Aquello no tenía ni pies ni cabeza.
—Te pueden encontrar a ti —le recordé.
Emmett se rió, extendió el brazo sobre la mesa y le tendió el puño a su
hermano.
—Un plan estupendo, hermano —dijo con entusiasmo.
—No —masculló Rosalie.
—En absoluto —coincidí.
—Estupendo —comentó Jasper, elogioso.
—Idiotas —murmuró Alice.
Esme se limitó a mirar a Edward.
Me erguí en la silla para atraer la atención de todos. Aquélla era mi reunión.
—En tal caso, de acuerdo. Edward ha sometido una alternativa a vuestra
consideración —dije con frialdad—. Votemos.
En este segundo intento empecé por Edward. Sería mejor descartar cuanto antes
su opinión.
—¿Quieres que me una a tu familia?
—No de esa forma —me miró con ojos duros y negros como el pedernal—.
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