Page 123 - Libros de Caballerías 1879
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              EL CASTILLO DE ARCALAUS


        me vengase,  si no es de uno solo, que aun yo cuido
        tener donde vos estáis.
          E la doncella que cabe él estaba dijo:
          —Buen tío, aquel mancebo que allí está es el que
        traía  el yelmo dorado.
          Y tendió  la mano contra Amadís. Cuando  ellos
        esto vieron, que aquel era Arcalaus, fueron en gran
        pavor de muerte, e por extraña cosa tovieron ver
        fablar a la doncella muda que los allí trajera.
          Arcalaus  les  dijo:
          —Caballeros, yo vos haré ante mí tajar las ca-
        bezas,  y  enviarlas he  al  rey Arábigo,  en alguna
        emienda de lo que le deservistes.
          E tiróse de la  finiestra, e mandóla cerrar, e que-
        dó  la cámara tan escura, que no  se veían unos a
        otros.
          Así como oís pasaron aquel día sin comer e sin be-
        ber, y desque Arcalaus cenó e pasó ya parte de  la
        noche, vínose a la finiestra donde ellos estaban, con
        dos  hachas  encendidas,  e  la  sobrina,  e mandóla
        abrir, e dijo:
          —Vos, caballeros que allá  yacéis, cuido que co-
        meríades,  si toviésedes qué.
          —De grado —dijo don    Florestán— ,  si nos  lo
        mandásedes dar.
          Él dijo
          —Si en voluntad lo tengo, Dios me la quite  ; pero
        porque del todo no quedéis desconsolados, en emien-
        da de  la comida os quiero decir unas nuevas. Sa-
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