Page 211 - Libros de Caballerías 1879
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LOS MELLIZOS DE FLÉRIDA


     el cual  ellas tienen su gracia, esperó a don Duar-
     dos hasta  las horas que  le pareció que debía  vier
     nir, y viendo que tardaba, comenzó de entristecer-
     se, anunciándole el corazón el desastre. Allegada la
     noche, parecióle más escura a Flérida de lo que de
     su natural lo podía ser; ninguna consolación la po-
     día alegrar; los monteros acudían y su don Duar-
     dos no venía; Flérida no durmió en toda la noch)e,
     porque siempre en estos casos  el cuidado vence  el
     sueño.
       Ya que la mañana esclarescía,  el duque de Galez
     mandó a toda aquella gente que, repartidos, corrie-
     sen toda la floresta y mirasen si lo hallarían, y tor-
     nasen allí con el recaudo, porque Flérida tenía orde-
     nado no hacer de  allí mudanza hasta saber lo que
     del  era hecho.  Pridos,  hijo  del duque, primo de
     don Duardos y muy grande amigo suyo,   se metió
     por  lo más espeso de la montaña, contra  aquella
     parte do  la mar batía,  lo anduvo revolviendo todo,
     e ya desconfiando de le hallar, creyendo que de las
     alimañas bravas de que aquella montaña era pobla-
     da lo matarían por ir desarmado, tornóse tan triste
     que, desacordado de  sí, con los ojos llenos de agua,
     las riendas  sueltas sobre  el cuello del caballo, ha-
     ciendo muy grandes lástimas por aquellas muy gran-
     des concavidades que la mar tenía hechas, y retum-
     bando dentro el tono con que las decía, parecía que
     le ayudaban a sentir su pasión con aquellas mismas
     palabras que él mismo s£ quejaba.
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