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LOS MELLIZOS DE FLÉRIDA

       —¡Oh hijos sin padre! ¡Cuánto más próspero pen-
     sé que vuestro nacimiento fuera! Mas en lugar de
     las  fiestas que él para entonces aparejaba, yo mo-
     riré con  este dolor y vosotros quedaréis sin  él  y
     sin mi y sin edad para sentir tan gran pérdida.
       Luego un capellán, que alli estaba, los bautizó. Pu-
     sieron nombre al que nació primero Palmerin, que
     después se llamó de Inglaterra, y al segundo Floria-
     no del Desierto, asi por que  la floresta en que na-
     ciera se llamara del Desierto, como por ser en tiem-
     po que  el campo estaba cubierto de  flores. Acaba-
     do de bauptizar, les dio de mamar, así de la leche de
     sus pechos como de las lágrimas de sus ojos, por-
     que las que  ella vertía eran tantas,  que, corriendo
     por sus mejillas, iban a parar a aquel lugar donde
     todo se juntaba.
       Dice la historia que, estando en esto, llegó hacia
     aquella parte un salvaje que en aquella montaña vi-
     vía. Este se mantenía de la caza de  las alimañas
     que mataba, vestíase de  los pellejos  dellas, y traía
     dos leones atados por una  trabilla, con  los cuales
     cazaba. Y viniendo aquel día allí, metido entre unas
     matas espesas, vio  el nacimiento de aquellos infan-
     tes, y usando de  lo que su inclinación brutal le in-
     clinaba, determinó cebar sus leones en aquellas ino-
     centes carnes, porque en todo  el día no había ca-
     zado, y saliendo de súpito al campo, los que en  él
     estaban, con el miedo, desmampararon a Flérida, es-
     condiéronse  entre  las  matas.  El duque de  Galez,
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