Page 244 - Libros de Caballerías 1879
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PALM ERÍN DE INGLATERRA —
El de la Fortuna se quisiera ir tras él, mas no se
lo consintieron, diciendo que creyese que si algún
remedio de la vida tuviese, que sin él se le darían;
entonces lo dejó llevar, por le parecer escusado se-
guillo ; preguntó a don Rosirán qué quería hacer de
sí, porque su determinación era acabar donde el otro
caballero recibió sus heridas, o ver si las podía ven-
gar.
—Yo —dijo don Rosirán— tornóme a Londres
con estas sus armas, y amostrallas al rey de cuya
mano fué hecho caballero, que las mande guardar
y tendías en tanta veneración en la muerte como
sus obras merecían en la vida.
—¿Sabríadesme decir —dijo el de la Fortuna
a qué parte está esta fortaleza donde todos acaban?
—No lo sé, ni creo que nenguno lo sabe —dijo él.
Luego se despidieron el uno del otro, siguiendo
cada uno su viaje.
CAPITULO OCTAVO
LA LIBERTAD DE LOS CABALLEROS
Tanto que el caballero de la Fortuna se apartó
de Rosirán, no anduvo mucho por el valle abajo que
no se abajase del caballo, echándose al pie de un
árbol con propósito de dormir lo que de la noche
quedaba por pasar, mas no lo pudo hacer con el
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