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EL CABALLERO DE LA FORTUNA
tan cerca están de perder las vidas; pídoos que lue-
go los vais apartar, que por mí no lo quisieron ha-
cer, y si no, si ellos mueren, yo he por muerta la
esperanza que tuve hasta aquí de algún bien.
Flérida, que hasta entonces nunca había salido de
su aposento ni ninguno la viera, tuvo por muy gra-
ve lo que el rey le pedía, mas quiso hacer su vo-
luntad, y así salió por la plaza llevándola el rey
por la mano, acompañada de cuatro dueñas vestidas
de negro y ella con un hábito de la misma color de
paño grueso conforme a su cuidado, en su cabeza
una beatilla de lino que le cubría los ojos, mas tan
hermosa como en el tiempo de su alegría. En la
plaza de palacio hubo muy gran alboroto viéndola
venir, y el espanto y rebullicio de la gente tamaño,
que los caballeros se tornaron apartar por ver lo
que era; Flérida llegó a ellos, y tomando al de la
Fortuna por la manga de la loriga, le dijo
—Pídoos por merced, caballero, si en algún tiem-
po por alguna dueña tan mal tratada de la fortuna
habéis de hacer alguna cosa, que sea dejar esta ba-
talla, pues en ella no se gana sino el riesgo en que
vuestra vida y de esotro caballero está.
El de la Fortuna puso los ojos en ella, y pare-
cióle tanto a su señora Polinarda, que no supo
si
pensase que era ella,
y puniendo las rodillas en tie-
rra, le dijo:
—Señora, esta fué la batalla que más deseé aca-
bar en mi vida, y agora la dejo si en ello recebís ser-
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