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             PALM ERÍN DE INGLATERRA


       más que entregarme vivo a Desierto, cosa que yo no
       esperaba, es cosa que no se puede pagar.
         —Señor —dijo Daliarte— , la razón que yo tengo
       para serviros es tamaña, que  ella me puso siempre
       en esta obligación, por donde vuestra alteza me es
       en menos cargo que lo que piensa;  y  porque el ma-
       yor servicio que yo en alguna hora os podía hacer
       está aún encubierto, siéntese vuestra alteza y óiga-
       me, porque querría que mis palabras acrecentasen
       estas fiestas con más razón de las que ellas se hacen.
         El  rey, puesto que no sospechaba  lo que podía
       ser, por ser cosa que el tiempo traía olvidado, cre-
       yendo que sería alguna cosa de placer, se tornó a
       sentar y llamó junto consigo a Desierto, que estaba
       de rodillas hablando con Flérida y con don Duar-
       dos; después de todos sosegados, el gran sabio Da-
       liarte, puniendo  los ojos a todas partes, los afirmó
       en Flérida, diciendo
         —Por cierto,  señora, claro está que  la vista de
       don Duardos os quita de la memoria el acuerdo de
       las otras cosas, y mucho más  la de vuestros hijos,
       e para vos acordar desto no debía ser así, porque
       a quien sus obras más placer dieron fué a vos, e la
       fortuna, que en su nacimiento los puso en trabajo
       y estado que su alta sangre estuvo para ser sacri-
        ficada a dos leones por mano del salvaje que los
       hurtó, esa les tornó a poner en tamaña  alteza de
        fama en las armas, que no tan solamente pasaron a
        los de su tiempo, mas en  el otro pasado no hubo
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