Page 51 - El niño con el pijama de rayas
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señaló Bruno en cierta ocasión.
        —Pero tu abuela no era tu maestro, ¿verdad que no? —replicó herr Liszt—.
      Era tu abuela. Y yo soy tu maestro, así que estudiarás las cosas que yo considere
      importantes y no sólo las que te gustan.
        —Pero ¿no son importantes los libros?
        —Sí, los libros que tratan de cosas importantes —explicó herr Liszt—. Pero no
      los libros de cuentos. Los libros sobre cosas que nunca han pasado, no. A ver, ¿qué
      sabes  tú  de  tu  historia,  joven?  —Dicho  sea  en  su  honor,  herr  Liszt  llamaba  a
      Bruno « joven» , como Pavel, a diferencia del teniente Kotler.
        —Bueno, sé que nací el quince de abril del treinta y cuatro…
        —No me refiero a tu historia personal. Me refiero a la historia de quién eres
      y de dónde vienes. A tu patrimonio familiar. A tu Patria, la tierra de tus padres.
        Bruno frunció el entrecejo y reflexionó. No estaba muy seguro de tener una
      Patria, porque, aunque la casa de Berlín era grande y cómoda, no había mucho
      jardín alrededor. Y era lo bastante mayor para saber que sus padres no eran los
      propietarios de Auschwitz, pese a que allí sí había mucha tierra.
        —No mucho —admitió—. Pero sí sé algo de la Edad Media. Me gustan las
      historias de caballeros, aventuras y exploraciones.
        Herr Liszt resopló entre dientes y meneó la cabeza sin disimular su enojo.
        —Entonces,  eso  es  lo  que  me  corresponde  cambiar  —dijo  con  un  tono
      siniestro—.  Tendré  que  quitarte  de  la  cabeza  tus  libros  de  cuentos  y  enseñarte
      más cosas sobre tus orígenes. Sobre las grandes injusticias que has padecido.
        Bruno asintió satisfecho, pues dedujo que por fin le darían una explicación de
      por qué se habían visto obligados a marchar todos de su cómoda casa y mudarse
      a aquel lugar tan espantoso, ya que ésa debía de ser la mayor injusticia padecida
      en su corta vida.
        Unos días más tarde, Bruno, a solas en su habitación, empezó a pensar en todo
      aquello  que  le  gustaba  hacer  en  su  antigua  casa  y  que  no  podía  repetir  en
      Auschwitz. La mayoría de las cosas no había podido hacerlas porque ya no tenía
      amigos con quienes divertirse y Gretel nunca jugaba con él. Pero había una cosa
      que sí podía realizar solo y que siempre hacía en Berlín: jugar a los exploradores.
        « Cuando era pequeño —se dijo— me gustaba explorar. Y entonces vivía en
      Berlín, donde lo conocía todo y podía encontrar cualquier cosa que quisiera con
      los ojos vendados. Aquí está todo por explorar. Quizá haya llegado el momento
      de empezar» .
        Y  a  continuación,  antes  de  poder  cambiar  de  opinión,  saltó  de  la  cama,
      revolvió  en  su  armario  en  busca  de  un  abrigo  y  un  par  de  botas  viejas  —el
      atuendo propio de los exploradores—, y se preparó para salir de la casa.
        No tenía sentido explorar dentro. Al fin y al cabo, aquella casa no era como
      la de Berlín, que tenía cientos de rincones, recovecos y extraños cuartitos, por no
      mencionar  los  cinco  pisos  —contando  el  sótano  y  la  buhardilla  en  lo  alto  del
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