Page 49 - El niño con el pijama de rayas
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—¿Por qué? —protestó Gretel—. ¿No podemos jugar aquí abajo?
        —No, niños —insistió ella—. Subid a vuestras habitaciones y cerrad la puerta.
        —En fin, eso es lo único que os interesa a los soldados —continuó la Abuela,
      sin prestar atención a los niños—. Estar guapos con vuestros elegantes uniformes.
      Disfrazaros y hacer esas espantosas cosas que hacéis. Me dais vergüenza. Pero
      no te culpo a ti, Ralf, sino a mí misma.
        —¡Niños, subid ahora mismo! —los apremió Madre dando palmadas, y ellos
      no tuvieron más remedio que obedecer.
        Pero en lugar de ir derechos a sus habitaciones, se sentaron en el rellano de la
      escalera y trataron de oír lo que decían los adultos abajo. Sin embargo, las voces
      de  Madre  y  Padre  llegaban  muy  amortiguadas,  la  del  Abuelo  no  se  oía,  y  la
      Abuela arrastraba mucho las palabras y apenas se la entendía. Al final, pasados
      unos minutos, la puerta del salón se abrió de golpe y Gretel y Bruno subieron
      rápidamente unos escalones mientras la Abuela cogía su abrigo del perchero del
      recibidor.
        —¡Vergüenza! —gritó antes de marcharse—. ¡Que mi propio hijo sea…!
        —¡Un patriota! —gritó Padre, que quizá no había aprendido la norma de que
      uno no debe interrumpir a su madre cuando habla.
        —¡Eso,  un  patriota!  —replicó  ella—.  Mira  qué  gente  viene  a  cenar  a  esta
      casa.  Me  dan  ganas  de  vomitar.  ¡Y  cuando  te  veo  con  ese  uniforme  me  dan
      ganas de arrancarme los ojos! —añadió antes de marcharse furiosa y cerrar con
      un portazo.
        Bruno no había visto mucho a la Abuela desde aquel día, y ni siquiera había
      tenido ocasión de despedirse de ella antes de viajar a Auschwitz, pero la echaba
      tanto de menos que decidió escribirle una carta.
        Un buen día tomó papel y pluma, se sentó y le contó lo desgraciado que se
      sentía allí y cuánto deseaba volver a su hogar de Berlín. Le habló de la casa y el
      jardín y el banco con la placa y la alta alambrada con los postes de madera y los
      rollos de alambre de espino y el árido terreno que había detrás y las cabañas y
      los pequeños edificios y las columnas de humo y los soldados, pero sobre todo le
      habló de la gente que vivía allí y de sus pijamas de rayas y sus gorras de rayas,
      y por último le dijo cuánto la echaba de menos y firmó así: « Tu nieto que te
      quiere, Bruno» .
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