Page 74 - El niño con el pijama de rayas
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sus mejillas. Tenía los ojos llorosos, y el niño sospechaba que si Pavel
parpadeaba un poco desencadenaría un torrente.
Cuando el camarero entró con más platos, Bruno se fijó en que le temblaban
ligeramente las manos. Y cuando se retiró a su posición habitual, se tambaleó un
poco y tuvo que apoyar una mano contra la pared para no perder el equilibrio.
Madre tuvo que pedirle dos veces que volviera a servirle sopa, porque Pavel no la
oyó a la primera, y dejó la botella de vino vacía en la mesa y olvidó abrir otra
para llenarle la copa a Padre.
—Herr Liszt no nos deja leer poesía ni obras de teatro —protestó Bruno
durante el segundo plato. Como tenían un invitado, toda la familia se había
arreglado: Padre llevaba su uniforme; Madre, un vestido verde que resaltaba sus
ojos; y Gretel y Bruno, la ropa que se ponían para ir a la iglesia cuando vivían en
Berlín—. Le he pedido que nos deje leer aunque sólo sea un día a la semana,
pero me ha dicho que no, al menos mientras él se encargue de nuestra
educación.
—Estoy seguro de que tiene sus motivos —dijo Padre mientras atacaba una
pata de cordero.
—Lo único que le interesa es que estudiemos Geografía e Historia —dijo
Bruno—. Y estoy empezando a odiar la Historia y la Geografía.
—Por favor, Bruno, no digas « odiar» —lo reprendió Madre.
—¿Por qué odias la Historia? —preguntó Padre tras dejar un momento el
tenedor, mirando a su hijo, que se encogió de hombros, una mala costumbre que
tenía.
—Porque es aburrida —contestó al fin.
—¿Aburrida? —dijo Padre—. ¿Cómo se atreve un hijo mío a decir que la
Historia es aburrida? Voy a explicarte una cosa, Bruno. —Se inclinó hacia delante
y señaló a su hijo con el cuchillo—. Gracias a la Historia hoy estamos aquí. De
no ser por la Historia, ninguno de nosotros estaría ahora sentado alrededor de esta
mesa. Estaríamos tan tranquilos sentados alrededor de la mesa de nuestra casa de
Berlín. Lo que estamos haciendo aquí es corregir la Historia.
—A mí me parece aburrida —insistió Bruno, sin prestar mucha atención.
—Tendrá que disculpar a mi hermano, teniente Kotler —dijo Gretel, posando
brevemente una mano sobre su brazo, lo cual hizo que Madre la mirara
fijamente y entornara los ojos—. Es un niñito muy ignorante.
—Yo no soy ignorante —le espetó Bruno, que estaba harto de los insultos de
su hermana—. Tendrá que disculpar a mi hermana, teniente Kotler —añadió con
educación—, pero es tonta de remate. No podemos hacer nada por ella. Los
médicos dicen que no tiene remedio.
—Cállate —espetó Gretel, ruborizada.
—Cállate tú —replicó Bruno sonriendo abiertamente.
—Niños, por favor —intervino Madre. Padre dio unos golpecitos en la mesa