Page 75 - El niño con el pijama de rayas
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con el cuchillo y todos callaron. Bruno echó una ojeada a su padre. No parecía
      enfadado exactamente, pero resultaba obvio que no iba a tolerar más discusiones.
        —A  mí  me  gustaba  mucho  la  Historia  cuando  era  pequeño  —comentó  el
      teniente  Kotler  tras  unos  momentos  de  silencio—.  Y  aunque  mi  padre  era
      profesor de Literatura en la universidad, yo prefería las ciencias sociales a las
      artes.
        —No lo sabía, Kurt —dijo Madre, volviendo la cabeza para mirarlo—. ¿Tu
      padre sigue dando clases?
        —Supongo que sí. La verdad es que no lo sé.
        —¿Cómo es eso? —preguntó ella mirándolo con ceño—. ¿No tienes contacto
      con él?
        El  joven  teniente  se  puso  a  masticar  un  trozo  de  cordero,  lo  cual  le  dio  la
      oportunidad de meditar su respuesta. Miró a Bruno como si le reprochara haber
      sacado el tema.
        —Kurt —repitió Madre—, ¿no sigues en contacto con tu padre?
        —La verdad es que no —contestó él, encogiéndose de hombros y sin mirarla
      —. Se marchó de Alemania hace unos años, en el treinta y ocho, creo. No he
      vuelto a verlo desde entonces.
        Padre dejó de comer un momento y se quedó mirando al teniente Kotler con
      la frente un poco arrugada.
        —¿Y adónde se fue? —preguntó.
        —¿Perdón, herr comandante? —preguntó el teniente Kotler, pese a que Padre
      había hablado con voz muy clara.
        —Le  he  preguntado  adónde  fue  —repitió—.  Su  padre.  El  profesor  de
      Literatura. ¿Adónde se fue cuando se marchó de Alemania?
        El teniente se ruborizó ligeramente y tartamudeó un poco al contestar:
        —Creo…  creo  que  ahora  vive  en  Suiza.  Lo  último  que  supe  de  él  fue  que
      daba clases en la Universidad de Berna.
        —Ah, Suiza es un país precioso —intervino rápidamente Madre—. Nunca he
      estado allí, lo admito, pero según tengo entendido…
        —Su padre no puede ser muy mayor —observó Padre, y su voz grave los
      hizo callar a todos—. Usted sólo tiene… ¿diecisiete, dieciocho años?
        —Acabo de cumplir diecinueve, herr comandante.
        —Entonces su padre debe de tener… cuarenta y tantos, ¿no? —Kotler no dijo
      nada; siguió comiendo, aunque no parecía estar disfrutando mucho—. Es curioso
      que decidiera no quedarse en su patria —comentó Padre.
        —Mi padre y yo no estamos muy unidos —se apresuró a aclarar el teniente
      mirando alrededor como si debiera una explicación a todos—. La verdad es que
      llevamos años sin hablarnos.
        —¿Y  qué  razón  dio,  si  me  permite  preguntarlo  —continuó  Padre—,  para
      marcharse de Alemania en su momento de mayor gloria y de mayor necesidad,
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