Page 104 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   X XI I. .   S So ol lu uc ci io on ne es s   i im ma ag gi in na ar ri ia as s                              R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s

            Algo suficiente por sí solo, que no necesite convertirse ni en palabras ni en obras. Algo así como la moneda de oro del
            avaro, que es quizá el más idealista de los hombres. La riqueza toda sueños, la seguridad de que nunca se comprará con
            ella una desilusión.

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               Pero, en la realidad, cuando no se tiene el alma sencilla, como la de Marisela, o demasiado complicada, como no la

            tenía Santos Luzardo, las soluciones deben ser siempre positivas. De lo contrario, acontece como le aconteció a él, que
            perdió el dominio de sus sentimientos y se convirtió en juguete de impulsos contradictorios.
               –¿Próxima y lejana Marisela? Cada vez más próxima, hasta el punto de que ya no había manera de estar dentro de
            aquella casa sin sentir su presencia. ¿Está en la cocina, preparándole la comida como a él le agrada? Pero desde aquí se
            le oye la voz o la risa o la copla. ¿Se ha quedado en silencio la casa, y la mirada se fija en un sitio cualquiera? Es casi
            seguro que por allí cerca esté una flor que ella ha puesto. Vas a sentarte y tienes que quitar el libro o la labor que dejó en

            la silla. Buscas algo, y apenas mueves el brazo, allí mismo lo encuentras, porque todo está en su sitio y al alcance de tu
            mano. Entras, y ya puedes contar con que en la puerta te la tropezarás, porque en ese momento sale. Vas a salir, y tienes
            que hacerte a un lado, o te lleva por delante en su carrera. ¿Quieres reposar la siesta? Ni el vuelo de las moscas te
            molestará, porque es tal la guerra que les ha declarado Marisela, que ya no se atreven a meterse en la casa, y mientras tú
            duermes, ella andará de puntillas y se morderá la lengua para que no se le escape la copla. Eso sí: apenas ya no tengas
            necesidad de silencio, romperá a cantar, como las propias paraulatas llaneras, que parece tuvieran de plata la garganta, y
            todo lo que vaya haciendo se lo dirá a sí misma, en alta voz, y tú no necesitarás verla para saber en qué se ocupa.

               –Ahora me pongo a remendar. Ahora barro la sala. Ahora riego las plantas. Y ahora, a estudiar mis lecciones.
               Mas, por esto mismo, era conveniente poner distancias por medio, y olvidando aquel proyecto de llevar a Marisela a
            la casa de las tías. Santos plantea un día en la mesa esta conversación:
               –Bien, Lorenzo. La Marisela ha adquirido los rudimentos necesarios para comenzar a recibir una verdadera
            educación, y es conveniente ponerla en un colegio. En Caracas hay buenos colegios de señoritas, y creo que debemos

            mandarla cuanto antes.
               –¿Con qué voy a pagarle la pensión? –pregunta Lorenzo.
               –Eso corre de mi cuenta. Lo que te pido es tu autorización para proceder.
               –Haz lo que te parezca.
               Entretanto, Marisela se mordía los labios y ya iba a levantarse de la mesa, enojada, cuando le vino «su idea». Siguió
            comiendo tranquila, y Santos creyó que también aceptaba su proyecto.
               Pero al regresar a la casa, aquella misma tarde, encontró sobre la puerta un trozo de papel donde Marisela había
            puesto:

               «Colegio de Señoritas. El mejor de la República.»
               Celebró la ocurrencia, quitó el papel y no volvió a hablar más de aquello.

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               Solos en la mesa. Cierto que era más grata, así, sin la repugnante presencia de Lorenzo Barquero. Ella le servía el
            plato, le estimulaba el apetito, diciéndole:
               –¡Esto está rico!
               Le vertía el agua en el vaso, sin darle tiempo a que él lo hiciera, y entretanto, charlaba, charlaba, charlaba sin tregua.
               Agradable la voz, delicioso el reír, pintoresca la conversación, graciosos los gestos y ademanes, ¡y una animación y

            un chisporroteo de luz en los ojos!
               –¡Chica, ya me tienes mareado!


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