Page 102 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   X XI I. .   S So ol lu uc ci io on ne es s   i im ma ag gi in na ar ri ia as s                              R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s

               –¿Y usted por qué no ha inventado también algo más ingenioso que eso de que yo esté enamorada de Pajarote?
            Ahora soy yo quien se ríe. ¡La discípula cogiéndole las caídas al maestro!
               –No digas «caídas».

               –Los gazapos, pues... ¿Está mal dicho también?...
               –No –respondió él, y se queda contemplándola, y luego le pregunta:
               –¿Has terminado de reírte?
               –Por ahora sí. Diga otra cosa, de esas tan ingeniosas que a usted se le ocurren, a ver si me vuelven las ganas. Diga,
            por ejemplo, que ha venido a pararse aquí, junto al palenque, a pensar en una de esas amigas que dejó en Caracas, que
            no era propiamente amiga, sino novia.
               –Pues si vas a reírte de mí...

               –Aunque no lo diga. Ya me estoy riendo otra vez. ¿No oye?
               –Sigue. Sigue. Me agrada tu risa.
               –Pues entonces me pongo seria otra vez. Yo no soy mono de nadie.
               –Y yo me acerco más a ti y te pregunto: ¿Me quieres, Marisela?
               –¡Te idolatro, antipático!

               Pero esto no sucedió sino en la imaginación de Marisela. Quizás habría sucedido realmente, si Santos se hubiera
            acercado al palenque; mas no apareció por todo aquello.
               –Pero ¿quién ha dicho que sea necesario que él se me declare? ¿No puedo seguir queriéndolo por mi cuenta? ¿Y por
            qué ha de llamarse amor el cariño que le tengo? ¿Cariño? No, Marisela. Cariño se le puede tener a todo el mundo y a
            muchas personas a la vez. ¿Adoración?... Pero ¿por qué razón todas las cosas deben de tener un nombre?
               Y en la complicada simplicidad de su espíritu así quedó resuelta la dificultad.
               Por lo demás, podía ser el amor de Marisela algo que estuviera a igual distancia de lo simple, material, del apetito,
            como de lo simple, espiritual, de la adoración. La vida, inclinándolo a uno u otro lado, determinaría la forma futura;

            pero en aquel punto de equilibrio entre la realidad y el sueño era todavía la pasión sin nombre.

                                                X XI I. .   S SO OL LU UC CI IO ON NE ES S   I IM MA AG GI IN NA AR RI IA AS S

               Lo extraño fue que a Santos Luzardo también se le ocurrieron soluciones imaginarias.
               Con la fría imparcialidad de que se revestía para analizar sentimientos suyos y situaciones difíciles que de ellos
            dependiesen, se planteó el caso, sentándose al escritorio, despejándolo de la barahúnda de papeles y libros que sobre él
            había dejado poco antes, poniéndolos en orden, uno sobre otro y separados éstos de aquéllos, como si se tratase de
            distinguir y analizar lo que eran y contenían, libros de derecho y papeles de la contabilidad del hato, y apoyando las

            manos sobre unos y otros, cual si necesitara exteriorizar y convertir en cosas inertes los sentimientos sobre los cuales
            era menester reflexionar, dijo, mirando lo que tenía bajo la izquierda:
               –Que Marisela se ha enamorado de mí es evidente, y perdóneseme la vanidad. Era lógico que así sucediera: «los
            años, la ocasión»... Es bonita, un verdadero tipo de belleza criolla, simpática, interesante como alma, compañera
            risueña, y sin duda útil para un hombre que haya de llevar indefinidamente esta vida de soledad y de asperezas entre

            peones y ganados. Hacendosa, valiente para afrontar situaciones difíciles. Pero... ¡Pero esto no puede ser!
               Y movió la mano sobre el papel como para borrar lo que allí estuviese escrito. Luego, asentando más la diestra sobre
            los libros:
               –Aquí no hay nada más sino una simpatía, muy natural, y el deseo desinteresado de salvar una pobre muchacha
            condenada a una triste suerte. Acaso, cuando más, una necesidad, puramente espiritual, de compañero femenino. Pero si
            esto puede dar origen más tarde a complicaciones sentimentales, lo prudente es ponerle remedio en seguida.

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