Page 98 - Doña Bárbara
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Y me zumbaron al río para que me ahogara. Eso fue del lado de allá del Apure. Hice como si me hubiera ido de
cabeza...
Pajarote deja en suspenso el cuento, y uno del auditorio reclama:
–¿Qué hubo, pues, vale? ¿Va a dejar el cacho sin punta?
–¿Pero no me está viendo del lado de acá? Vine a sacar la cabeza en la otra orilla y les grité: «No dejen de hacerme
pasar un susto como éste otro día.» Me hicieron qué sé yo cuantos tiros; pero, ¿quién alcanza a Pajarote, cuando es hora
de decir: «¡Pata!, ¿pa qué te quiero?»
–¿Y tú, por qué estabas alzado? –pregunta Carmelito.
–Por descansar de la brega con la cimarronera y porque ya las totumas estaban llenas de tanta paz que había habido,
y era hora de repartir los centavos.
Las totumas, es decir, la hucha del llanero. A propósito de la guerra y de la distribución de la riqueza, Pajarote tenía
ideas muy llaneras.
*
Sábado por la noche. Velada de amanecer bailando. Se desocupó el caney sillero, se abrió y se regó
convenientemente el piso, y en cada horcón se puso un candil. Ya se estaban friendo los chicharrones, y Casilda tenía
preparados el carato de acupe y el dulce de ciruelas. Había, además, un cuarterón de aguardiente. Ya había llegado
Ramón Nolasco, el de Las Pinas, que era el mejor arpista de todo el cajón del Arauca; de maraquero y cantador se trajo
al tuerto Ambrosio, que después de Florentino era el improvisador más competente que por allí se conocía.
Llegaron las alegres cabalgatas de muchachas del paso del Algarrobo, del Ave María y de Jobero Pando. Los
bancos, colocados al hilo de la horconadura del espacioso caney, no dieron abasto para el mujerío.
Marisela hace los honores de la casa. Va y viene de aquí para allá. Todas tienen algo que decirle y todas se lo dicen
al oído. Ella se sonroja, suelta la risa, y replica:
–¿Pero de dónde sacan ustedes eso?
Y de grupo en grupo va recogiendo bromas y lisonjas.
–¿De veras? –insiste Genoveva–. ¿Nada?
–Nada. Y ahora menos que nunca. En estos días se ha puesto muy antipático.
–No puedo creértelo. Con lo bonita que estás.
–Ya te contaré.
Ya el arpista está afinando, y el tuerto Ambrosio le ha dado dos o tres sacudidas a las maracas.
–¡Oiga, compañero! –exclama Pajarote–. Ese hombre es una novedad con los capachos.
–¿Y qué me dices del arpa? ¡Escucha cómo cantan esas primas!
Ramón Nolasco le hace una seña al maraquero. Éste tose, para aclararse el pecho, escupe por el colmillo y:
–Ahí va el son de la Chipola –anuncia.
Y rompe a cantar, a tiempo que los hombres se precipitan a los bancos a sacar parejas:
Chipolita, dame el seno
que yo me quiero ensená.
Antes que otro se acomode
yo me quiero acomodá.
Y comienza el joropo, con un paso animado que hace revolar las faldas de las mujeres.
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