Page 93 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   I IX X. .   L La as s   v ve el la ad da as s   d de e   l la a   v va aq qu ue er rí ía a                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
            las cimarroneras esparcidas, aún había que estar alerta por las noches contra el ataque de los zorros rabiosos que
            recorrían en manadas las sabanas y se metían en las casas, y contra las serpientes, que también las invadían huyendo del
            fuego. Y como si todo esto fuese poco, al entrar en la casa, tener que soportar el desagradable espectáculo que ahora

            daba Lorenzo Barquero, con su rencor impotente, vibrándole en la voz trabajosa, y con su empeño de que él se lanzara
            por el camino de –las represalias contra doña Bárbara, para que pusiera su brazo al servicio del deseo vengativo que
            ahora le hervía en el pecho.
               Finalmente, y para colmo, Marisela. Despechos de su ilusionado amor estaban convirtiéndola en una criatura
            desagradable. En su lenguaje habían reaparecido todas las exclamaciones vulgares y las palabras incorrectamente
            pronunciadas, que tanto trabajo había costado hacérselas abandonar, y era un chaparrón de gruñidos soltados de
            propósito en cuanto abría la boca para responder a algo que él le preguntara, un plan premeditado de hacer todo lo que

            pudiese desagradarle, un mal humor perenne y un chocante replicar en cuanto él insinuaba alguna advertencia.
               –¿Y por qué no me deja dir otra vuelta para mi monte, pues?
               Pero, entretanto, seguían pasando las rumazones de nubes, cada vez más espesas, se iba haciendo más frecuente el
            fusilazo del relámpago nocturno al ras del horizonte, y todas las madrugadas se las pasaba cantando el carrao, que
            anuncia la estación lluviosa.

               Observando las señales del tiempo, dijo por fin Antonio:
               –Ya está lloviendo en la Cordillera. Ahorita cambia el relámpago y no tarda en venir el barinés.
               En efecto, al día siguiente, después de una calma sofocante, empezó a soplar el desagradable viento que baja del alto
            llano barinés, anuncio seguro de la entrada de aguas. Cambió el relámpago, se oyó el mugido del trueno hacia el bajo
            Apure, y pronto empezaron a verse plumas de aguaceros lejanos que corrían por la sabana, allá, hacia el Cunaviche,
            donde se iban condensando y convirtiendo en chubascos, acompañados de violentas tempestades. Nubarrones plomizos
            cubrían de un momento a otro todo el cielo, un viento huracanado los abatía sobre la sabana, se desgajaba entre ellos el
            árbol del rayo con un continuado estruendo ensordecedor, y en obra de instantes, toda la sabana se llenaba de charcas.

               Y un día amaneció toda verde.
               –No hay mal que por bien no venga –dijo Antonio–. Las candelas dejaron nuevecita a Altamira. Ahora retornarán
            los pastos con fuerza, porque, dígase lo que se quiera, para eso no hay como las quemas, y cuando empiece la vaquería
            general, todo esto estará cuajadito de hacienda, porque la propia volverá a sus comederos, y la ajena vendrá a pagar las
            reses que mataron las candelas.

               Volvieron las cimarroneras a sus acostumbrados refugios; las greyes mansas, al sosegado errar por sus comederos
            habituales, y las yeguadas, a los alegres retozos de sus rochelas. Volvió el cuatro a las manos de los peones, por las
            noches, bajo el caney, y Marisela, a los buenos modales y a las lecciones bajo la lámpara de la sala.
               Y todo fue como los retoños después de las candelas.

                                               I IX X. .   L LA AS S   V VE EL LA AD DA AS S   D DE E   L LA A   V VA AQ QU UE ER RÍ ÍA A

               Ya era tiempo de proceder a la vaquería general de entrada de aguas. La costumbre, creada por falta de límites
            cercados y consagrada por las leyes de llano, establece que los hatos colindantes trabajasen la hacienda en comunidad

            una o dos veces al año. Consisten estas faenas en una batida de toda la región para recoger los rebaños esparcidos por
            ella y proceder a la hierra de orejanos, y se van haciendo por turno en las distintas fincas, bajo la dirección de un jefe de
            vaquerías, que se elige previamente en una asamblea compuesta por las distintas agrupaciones de vaqueros. Duran
            varios días consecutivos, y constituyen verdaderos torneos de llanerías, pues cada hato se esmera en enviar a aquél
            donde se haga la batida sus peones más diestros, y ellos llevan sus bestias más vaqueras, ostentando sus mejores aperos
            y se esfuerzan en lucir todas sus habilidades de centauros.

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